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domingo, 17 de marzo de 2013

RECUPERANDO MI PROPIA MEMORIA HISTÓRICA, NUESTRA MEMORIA HISTÓRICA: MICAELA CAÑAMERO OLMO



El poeta José Peral Jiménez (J.P.J. Scota), escuchó a un grupo el otro día en Mijas mientras rapeaba la poesía que Miguel Hernández escribió para Rosario “La Dinamitera”. Al tiempo que veía la actuación, pensó que en su pueblo –y el mío-, también habíamos tenido a nuestra propia dinamitera, una republicana de pro, echada para adelante que como buena andaluza y lorquiana fue mujer de faca en liga. Micaela Cañamero Olmo, se llamaba la abuela de mi padre, fusilada en la tapia del cementerio de Campillos y rematada con una pala porque el fusilamiento no había tenido demasiada puntería. Una mujer que, por boca de un testigo, Martín Rodríguez Rodríguez, un vecino de Campillos nacido en 1921, presenció cómo después de hacerle beber medio litro de aceite de ricino y cortarle el cabello al cero dejándole sólo un mechón del que prender un moñito rojo, le hicieron el paseíllo de la muerte. En ese trayecto, él vio y asegura que no se le olvidará jamás, cómo la hacían pararse en las esquinas subiendo la Calle Campano (Salgueros) hacia arriba, para gritar "¡muera la puta la Micaela!". Sí, la crueldad de los fascistas del pueblo llegaba a tal extremo que no se conformaban con hacerle saber que iban a acabar con su vida, sino que la obligaron a insultarse a sí misma en público y a anunciar su propia muerte.

Ana María, la madre de Curro Franco, cuando yo tenía 15 años después de la consabida pregunta que se hace en los pueblos y que dice “niña, ¿tú de quién eres?”, me contó que ella, siendo niña, estaba en la cárcel que habilitaron para las mujeres una vez que los nacionales ya tomaron el poder. No es que ella fuera una detenida, lo era su madre y por ende Ana María tenía que estar allí con ella. Recordaba como si fuera ayer, me decía, cómo todas las mujeres lloraban y se lamentaban porque sabían qué les deparaba el destino a más de una. Todas menos Micaela, que las regañó a y las mandó callar: “Callaros y no lloréis más, no les deis el gusto de veros llorar, que más vale morir de pie que vivir de rodillas toda la vida”. Y así fue como ella murió, de pie y fusilada, igual que su hijo José María Galeote Cañamero, “El Micaelo”, condenado a pena de muerte y fusilado en Málaga, con 21 años, el día 27 de enero de 1942, siendo detenido cuando aún era menor de edad. Otro de sus hijos, Alonso Galeote Cañamero, desapareció en LA BATALLA DEL EBRO.

Scota no quería que nombres como el de Micaela quedaran en el olvido y nada mejor que la poesía para rescatarlo del limbo de la memoria enterrada al que ha sido sometida por CASI todos y todas, menos por su nieto Benito Galeote Albarrán, que sigue reivindicándola sin cesar. En este caso, un poema acróstico, que la rescata y la devuelve al presente.

¡¡NI OLVIDO, NI PERDÓN, JUSTICIA Y REPARACIÓN!!

Intensamente alado fue
su pérfil de intrépida,
antes ya de que el fuego
bebiera de sus cejas,
ella fue pasión y tuvo fuerzas:
la fuerza de las fieras.

Gata indomable era,
aventando a los iluminados
ladrones de inocencias,
esclavos de sus amos
o descalabazando patrias hueras,
torcidas por parásitos trepados
entre tanta y absoluta casta vieja.

Micaela Cañamero se llamaba,
alto apellido, alto coraje,
rara entre tanto cobarde,
huidizos, viles y canalllas,
una mujer de una pieza,
entrañable y camarada,
nadie agachó su cabeza,
donó su vida a una estrella
antes que ser humillada.
                                    J.P.J. Scota
Campillos, 10 de marzo de 2013

"TODOS LOS NOMBRES"
(Lucía Sócam)



"REPUBLICANA"
(Lucía Sócam)

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