Vanessa Rivera de la Fuente
elquintopoder.cl
En la mitología griega una
gorgona era un despiadado monstruo femenino. Su poder era tan grande que
cualquiera que intentase mirarla quedaba petrificado. Las gorgonas son a veces
representadas con alas de oro, garras de bronce y colmillos de jabalí. Llevaba
un cinturón de serpientes entrelazadas como una hebilla y confrontadas entre
sí. La única manera de matarla era cortándole la cabeza
¿Espeluznante, no? Pues la misma
sensación genera en las personas el mito moderno asociado al desarrollo del
feminismo: La hembrista. Siendo un mito “comme il faut” nunca nadie la ha
visto, pero todos y todas le tienen terror. Es la suma de todos los miedos del
patriarcado y de las mismas mujeres a otras.
Sin embargo, si analizamos la
cuestión en estricto rigor, ni la hembrista (ni la feminista radical, ni la
feminazi) existe como ser diabólico que deambula por ahí tratando de petrificar
hombres con la mirada o exterminarlos en cámaras de gas. Son leyendas urbanas
pertenecientes a la mitología patriarcal, rebozada en el caldo de la ignorancia
supina.
Definiendo el hembrismo
Al googlear el término
“hembrismo” la mayoría de las definiciones son bastante escuetas al señalarlo
como opuesto al machismo. Bueno, respetando la definición, el hembrismo sería
lo opuesto al machismo, ergo, para saber de qué se trata, hay que ver qué es el
machismo.
El machismo, expresión derivada
de la palabra “macho“, se define en el DRAE como la “actitud de prepotencia de
los varones respecto de las mujeres”. El machismo engloba el conjunto de
actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a justificar y
promover el mantenimiento de conductas percibidas de manera tradicional como
heterosexualmente masculinas y discriminatorias contra las mujeres.
Si el hembrismo es lo contrario
del machismo, sería tentativamente: “un conjunto de actitudes y creencias
destinadas a justificar y promover el mantenimiento de conductas percibidas
como heterosexualmente femeninas y también, discriminatorias contra los
varones”. ¿No es esto extraño? Para ser un movimiento tan poderoso que subyuga
o pretende subyugar a los hombres y los violenta en la casa, el campo y los
juzgados, su desarrollo teórico es muy básico y, oh casualidad, se define por
ser reflejo opuesto del machismo, así como lo femenino ha sido definido, desde
siempre, como el reflejo opuesto de lo masculino.
Machismo son actitudes, ideas y
conductas socializadas, ampliamente aprendidas, con un fuerte refuerzo
cultural, por lo tanto, aceptadas y normalizadas. El machismo, entonces, cuenta
con un sistema que permite su reproducción. ¿Dónde está el sistema cultural, la
práctica social, el respaldo de la tradición, la estructura de apoyo que
permite la reproducción de supuesto hembrismo? ¿Quién dice que “las mujeres son
así, es normal, es su naturaleza” cuando exhiben conductas que les ganan la
etiqueta de hembristas.
Como dice Beatriz Gimeno sobre el
mismo concepto: “¿Hay un movimiento, una ideología, un pensamiento, una teoría,
unos textos…que defienda que los hombres deben ser sometidos a la desigualdad
en la que nos hayamos las mujeres? ¿Que deben ser despojados de sus derechos
económicos o políticos, que deben cobrar menos, que se merecen ser objeto de
violencia por parte de las mujeres; que deben ser recluidos en sus casas, salir
del mundo laboral, del espacio público?”
¿En qué lugar existe un sistema
de dominación destinado a subyugar a los hombres, apoyado por las leyes,
financiado por la banca global, controlando el poder político y los medios de
comunicación para cosificar a los hombres y violentarlos por ser tales? El
hembrismo, supuestamente, contribuye a mantener conductas heterosexualmente
femeninas; sin embargo, siempre que se califica a alguien de hembrista lo
hacemos porque esa mujer ha mostrado conductas asociadas a lo masculino:
violencia, agresividad, sentido de la competencia, ambición de poder, etcétera.
La contradicción evidente de esto confirma la impronta machista en la raíz del
concepto.
¿Qué sistema, ideología, teoría,
defiende el mantenimiento de conductas heterosexualmente femeninas? ¿Qué
sistema está en la posición privilegiada de definir qué es femenino o no, qué
es masculino o no y qué es hembrista o no?
Es penoso que todavía tengamos
que dañarnos unas a otras con etiquetas inventadas por el patriarcado. Como si
no nos bastara con las canónicas de: santa, madre, virgen, bruja, loca y puta.
Ahora está de moda decir “yo soy feminista y quiero la igualdad, no como esas
hembristas/feminazis”. Esto es equivalente a decir “yo soy una dama, no como
esas mujeres sueltas que andan por ahí” . O sea, “las otras son más malas”.
Esto es patriarcado introyectado de alta pureza. Destaco la palabra “otras”,
porque es este tipo de elaboraciones lo que nos mantiene en la situación de
alteridad que nos impide construir un “nosotras”.
¿Para qué analizar este concepto
de hembrismo? Porque a las mujeres nos han educado históricamente para
desconfiar de nuestro propio poder y descalificar el poder de las otras mujeres
y para confrontarnos por la aprobación masculina. El hembrismo es un invento
machista para que las mujeres rechacemos la emancipación de otras, cuando ellas
no complacen al patriarcado. Nos hace creer que es malo rebelarse ante la
discriminación de género y que existen mujeres rebeldes buenas y malas, de acuerdo al grado de aprobación que el
sistema les concede.
El hembrismo es usado para reforzar
la socialización negativa de las mujeres. Hemos aprendido que sólo bajo la
protección y guía de la autoridad masculina estamos seguras que debemos
desconfiar de otras mujeres (porque como decía mi abuela, son roba maridos,
porque traicionan, porque las mujeres somos volubles y es sólo sometiéndonos
que logramos balance, control y tranquilidad). Entonces las hembristas son un
peligro para el sistema, porque no buscan su aprobación y amenazan la
socialización negativa que permite dividir y controlar a las mujeres.
Las mujeres que no tienen
sororidad con sus pares o compiten por el poder sin escrúpulos, tienen una
lógica patriarcal en su manera de ver el mundo, pero no son hembristas. Son
reproductoras del machismo, tanto como aquellas que las acusan de hembrismo.
Por lo tanto, lo cuestionable en este caso es el patriarcado y sus modelos de
naturalización de las relaciones humanas desiguales, pero no el feminismo.
Descalificar los procesos de
autonomía de otras mujeres, es ejercer violencia simbólica con un estereotipo
que demoniza la conciencia del poder de las mujeres, como una conducta agresiva
extrema. Llamar hembrista a otras mujeres es estar de acuerdo que el
patriarcado tiene aún el derecho de definir y decirnos qué feminismos aceptar,
que procesos de emancipación son más legítimos o no, qué mujeres son buenas y
cuáles malas dentro de los movimientos o no. Implica admitir que es correcto
excluir mediante etiquetas y estereotipos a aquellas mujeres cuyo tránsito
hacia su propia liberación parece más amenazante que el de las otras.
La hembrista, si es que
existiera, no sería jamás un peligro para las mujeres que buscan autonomía,
sino para el sistema de opresión, sus opresorxs y reproductorxs. El hembrismo
es el mito inventado por el machismo para no admitir su miedo a la mujer sin
miedo.
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