Cuando se dice de algo que es
estructural, lo que pretende decirse es que afecta a la misma raíz de la
estructura de la sociedad donde está inmerso, es decir, que es parte de su
estructura. Históricamente, el paradigma patriarcal ha sido antropocéntrico y,
consecuentemente, androcéntrico. Ha estado basado en la idea de dominio, que
unas veces se ha explicado como dominio a la naturaleza y otras como dominio de
unos seres humanos por otros, en el caso que nos ocupa de los hombres sobre las
mujeres.
Las mujeres son contempladas como
objetos subordinados a los intereses que, en la sociedad patriarcal, definen
los hombres.
El panorama que nos ha legado
este comportamiento es muy preocupante. Preocupan las decisiones en comunidad
que afectan a mujeres en función de su condición femenina.
La identidad masculina
tradicional reposa en tres pilares: insolidaridad, misoginia y homofobia. Estas
tres características son consecuencia de tres negaciones: ‘no soy un bebé’, ‘no
soy una mujer’ y ‘no quiero a otros varones ni quiero que otros varones me
quieran’
Las desigualdades entre varones y
mujeres en una sociedad patriarcal se apoyan en la cultura
patrimonial-machista: desde que nacemos se nos va educando para obedecer y ser
fieles a las decisiones del varón, quien es propietario de la casa, el terreno,
los animales, el dinero que entra al hogar, la mesa y las sillas. Y es
propietario del tiempo y de quienes viven en la casa, comenzando por su mujer y
siguiendo con las hijas e hijos. El hombre dispone de las cosas y las usa según
sus conveniencias.
Esta violencia machista es la
cara más cruel de la estructura del patriarcado, pero quizá esto nunca se
reconoce abiertamente por los poderes públicos de allí y de aquí, que hasta
ahora se han limitado a limar las asperezas culturales que nos están
conduciendo a esta situación.
La violencia no es un fenómeno
nuevo, pero su estudio sistemático es muy reciente, sobre todo si el énfasis se
coloca en las expresiones y efectos de la violencia masculina y más
específicamente la que se produce en el interior del hogar, o de la familia
amplia. De manera no sorprendente, fueron las mujeres quienes empezaron a
abordar la problemática –ya entrada la segunda mitad del siglo XX- y a denunciar
públicamente el maltrato que sufrían. Desde los primeros esfuerzos por dar
visibilidad a algo que durante siglos había estado soterrado, se advirtió que
muchas formas de violencia contra las mujeres ni siquiera se nombraban como
tales porque estaban naturalizadas.
Ojalá se deje de idealizar
sociedades que no son ideales; que las mujeres dejen de ser las perpetuadoras
de la violencia patriarcal y machista; que las mujeres se organicen y comiencen
a nombrar y señalar en voz alta lo que están sufriendo y padeciendo y que se
empoderen para acabar con esa lacra negada mil veces.
¡LIBERTAD PARA MAHDJOUBA!
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