Jorge Riechmann
1 de octubre de 2014-10-02
El poeta inglés Shelley dijo en
cierta ocasión que la razón se interesa por las diferencias entre las cosas, y
la imaginación por sus semejanzas. Ejercitando al mismo tiempo estas dos
potencias, en una reflexión racional e imaginativa a la vez, rastreadora tanto
de semejanzas como de diferencias, propongo ahora que fijemos nuestra atención
sobre un conjunto de ocho rasgos --seis semejanzas y dos diferencias-- que
estructuran la relación del ser humano con el mundo o cosmos que habita
(especialmente respecto al resto de los seres vivos con los que comparte ese
mundo).
Tenemos, en primer lugar, cinco
grandes igualdades del ser humano con los demás vivientes, cinco rasgos de
continuidad entre el ser humano y el resto de los seres vivos:
- Todos compartimos la misma historia evolutiva sobre el planeta Tierra. Todo cuanto sabemos acerca de los organismos más diversos que viven sobre la faz de la Tierra muestra que, con toda probabilidad, descendemos todos de un solo y mismo antepasado. Nuestro parentesco biológico se expresa en múltiples niveles: desde la estructura molecular de nuestros cuerpos hasta ciertos rasgos de nuestra vida psíquica.
- Todos existimos dentro de límites espaciotemporales, somos finitos y vulnerables, estamos abocados a la muerte.
- Todos somos interdependientes y ecodependientes, interactuamos dentro de extensas redes de dependencia mutua. Tal y como afirma la primera “ley” informal de la ecología según Barry Commoner, en la naturaleza todo está relacionado con todo lo demás.
- Todos aspiramos a la autoconservación. Cada ser vivo se esfuerza en perseverar activamente en su ser. Para filósofos como Spinoza, este esfuerzo o conatus constituye la esencia actual de ese ser.
- Todos poseemos un bien propio de nuestra especie biológica (más o menos especificado), un telos o conjunto de condiciones bajo las cuales nos desarrollamos óptimamente, y en este sentido somos realidades teleológicas.
Hay, a
continuación, otro rasgo que emparenta a los seres humanos con el resto de los
seres vivos a partir de cierto nivel de desarrollo neurofisiológico. Los seres
vivos sintientes, con un sistema nervioso que nos permite experimentar dolor,
malestar y bienestar, compartimos sin duda un rasgo importante:
6.
Todos los animales --como mínimo todos
los vertebrados, y seguramente más allá-- somos realidades sintientes capaces
de sufrir y gozar, de tener una vida subjetivamente buena o menos buena.
Por otra
parte, los seres humanos ocupamos un lugar especial dentro de la biosfera, en
virtud sobre todo de dos características notables que ecólogos como Ramón
Margalef han subrayado a menudo:
la transmisión
de contenidos culturales entre individuos y entre diferentes generaciones, y
(B) la gran capacidad de usar energías exosomáticas captadas del medio ambiente
(que es, como si dijéramos, la “habilidad tecnológica número uno” del Homo
sapiens), abreviando aún más. Por eso hay que llamar la atención sobre dos
grandes diferencias del ser humano con los demás vivientes:
7.
Sólo los seres humanos somos (a veces)
agentes morales. Sólo nosotros poseemos capacidades como el lenguaje
articulado, la racionalidad (de los muchos sentidos que puede tener el término,
algunos son privativamente humanos), la autoconciencia plenamente desarrollada,
la capacidad de anticipación plenamente desarrollada...
8.
Ocupa un lugar destacado entre estas
capacidades específicamente humanas la capacidad de prever las consecuencias de
las propias acciones; de formular juicios de valor; de elegir entre diferentes
vías de acción; de actuar siguiendo normas y reglas; de ponerse en el lugar del
otro y sentir empatía; y de actuar de modo altruista.
[El biólogo Francisco Ayala ha
argumentado que los seres humanos tienen capacidad ética (otros autores
preferirán hablar en este contexto de razón práctica) como un atributo natural,
perteneciente a su naturaleza biológica (Origen y evolución del hombre,
Alianza, Madrid 1986, p. 172). Esto se debe a la presencia de tres capacidades
que, tomadas en conjunto, son condiciones necesarias y suficientes para la
existencia de esta capacidad ética: (1) capacidad para prever las consecuencias
de las propias acciones. (2) Capacidad para formular juicios de valor, esto es,
para valorar acciones u objetos como buenos o malos, deseables o indeseables. (3)
Capacidad para elegir entre diferentes vías de acción (esto es, autonomía en un
sentido débil).]
9.
Sólo los seres humanos hemos creado una
tecnociencia capaz de borrar a nuestra propia especie y a todas las demás
especies de animales superiores de la faz de la Tierra. Sólo nosotros tenemos
la tremenda capacidad de impacto ambiental, de alteración y devastación de la
naturaleza, que nos convierte en una “fuerza geológica planetaria”.
Esos dos rasgos diferenciales de
los seres humanos con respecto a los animales no humanos --lenguaje y técnica,
para abreviar-- son también las “cajas de herramientas” con las que se modifica
la naturaleza humana, o al menos las condiciones en las que ésta actúa. A ello
obedecen conceptos como los de noosfera y tecnosfera, que nos remiten a los
mundos simbólicos por una parte, y técnicos por otra, donde habitamos los seres
humanos... Terry Eagleton puntualiza:
“Es importante entender que esta
capacidad para la cultura y la historia no es algo que se añada sin más a
nuestra naturaleza, sino que está en su propia raíz. Si, como creen los
culturalistas, solamente fuéramos seres culturales, o si, como sostienen los
naturalistas, sólo fuéramos seres naturales, entonces nuestras vidas serían
muchísimo menos tensas. Sin duda, el problema es que estamos cruzados por la
naturaleza y la cultura --una intersección de considerable interés para el
psicoanálisis--.
La cultura no es nuestra
naturaleza, no: la cultura es algo propio de nuestra naturaleza, y eso es lo
que vuelve más difícil nuestra vida. La cultura no suplanta a la naturaleza,
sino que la suplementa de una forma a la vez necesaria y supererogatoria. No
nacemos como seres culturales, ni como seres naturales autosuficientes. Nacemos
como unas criaturas cuya naturaleza física es tan indefensa que necesitan la
cultura para sobrevivir. La cultura es el ‘suplemento’ que rellena un vacío
dentro de nuestra naturaleza, y nuestras necesidades materiales son
reconducidas en sus términos. (...) Una vez que el recién nacido tropieza con la
cultura, su naturaleza no se suprime, sino que se transforma. O sea, que el
mundo de la significación no se añade a nuestra naturaleza física igual que un
chimpancé se viste un chaleco púrpura. No, lo que ocurre es que una vez que el
mundo de la significación se sobreañade a nuestra existencia corporal, esa
existencia ya no puede seguir siendo idéntica consigo misma.”
Jorge Riechmann
Para el libro coordinado por
Antonio Diéguez, 2011
Acerca de la condición humana
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