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viernes, 2 de diciembre de 2016

EN LA LUCHA, COMO EN MISA. PALABRA DE DIOS



Por Isabel Galeote

Llamamos liturgia a la manera con que se desarrollan las ceremonias en las diferentes religiones, pero no sólo en ese ámbito, sino que también forma parte de la liturgia el conjunto de actos que se llevan a cabo en cualquier otra organización o institución.

La primera vez que relacioné “liturgia” con “democracia”, fue cuando leí el discurso de José Saramago –cómo no, Saramago- pronunciado en la clausura del segundo Foro Social Mundial en Porto Alegre en el año 2002. En él decía “¿Y la democracia, ese milenario invento de unos atenienses ingenuos para quienes significaba, en las circunstancias sociales y políticas concretas del momento, y según la expresión consagrada, un Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Oigo muchas veces razonar a personas sinceras, y de buena fe comprobada, y a otras que tienen interés por simular esa apariencia de bondad, que, a pesar de ser una evidencia irrefutable la situación de catástrofe en que se encuentra la mayor parte del planeta, será precisamente en el marco de un sistema democrático general como más probabilidades tendremos de llegar a la consecución plena o al menos satisfactoria de los derechos humanos. Nada más cierto, con la condición de que el sistema de gobierno y de gestión de la sociedad al que actualmente llamamos democracia fuese efectivamente democrático. Y no lo es. Es verdad que podemos votar, es verdad que podemos, por delegación de la partícula de soberanía que se nos reconoce como ciudadanos con voto y normalmente a través de un partido, escoger nuestros representantes en el Parlamento; es cierto, en fin, que de la relevancia numérica de tales representaciones y de las combinaciones políticas que la necesidad de una mayoría impone, siempre resultará un Gobierno.

Todo esto es cierto, pero es igualmente cierto que la posibilidad de acción democrática comienza y acaba ahí. El elector podrá quitar del poder a un Gobierno que no le agrade y poner otro en su lugar, pero su voto no ha tenido, no tiene y nunca tendrá un efecto visible sobre la única fuerza real que gobierna el mundo, y por lo tanto su país y su persona: me refiero, obviamente, al poder económico , en particular a la parte del mismo, siempre en aumento, regida por las empresas multinacionales de acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen que ver con aquel bien común al que, por definición, aspira la democracia. Todos sabemos que así y todo, por una especie de automatismo verbal y mental que no nos deja ver la cruda desnudez de los hechos, seguimos hablando de la democracia como si se tratase de algo vivo y actuante, cuando de ella nos queda poco más que un conjunto de formas ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie de misa laica. Y no nos percatamos, como si para eso no bastase con tener ojos, de que nuestros Gobiernos, esos que para bien o para mal elegimos y de los que somos, por lo tanto, los primeros responsables, se van convirtiendo cada vez más en meros comisarios políticos del poder económico, con la misión objetiva de producir las leyes que convengan a ese poder, para después, envueltas en los dulces de la pertinente publicidad oficial y particular, introducirlas en el mercado social sin suscitar demasiadas protestas, salvo las de ciertas conocidas minorías eternamente descontentas...

La cuestión es, que muchas personas hemos seguido excavando y profundizando sobre esta exposición lúcida que en su momento hizo Saramago, de la idea que subyace en su discurso. La verdad es, que las lecciones de la vida, de las militancias y afiliaciones, me han enseñado que de muy poco nos sirve una democracia política y administrativa formal en las instituciones públicas, y en el Estado, si no se ha interiorizado que en las organizaciones sociales, políticas y sindicales, también se construye la democracia. Es más, desde la sociedad civil, aun la que no está organizada, es donde se construye democracia. Y eso no pasa por hacer que parezca que son democráticas tanto en sus estructuras, estatutos, manifiestos, declaraciones, o puede que hasta en la liturgia de su funcionamiento. Precisamente, los rituales, los ritos con connotaciones ceremoniosas en momentos importantes de la vida colectiva de las organizaciones, ya sean cultos públicos o privados, ni son garantía ni reflejo de ser una entidad democrática, con raíces profundamente democráticas. ¿O acaso nos atreveríamos a afirmar que protagonistas de liturgias tales como bodas, comuniones y bautizos católicos (incluidas confirmaciones y demás procesiones y pasacalles festivo-religiosas) participan de ello por un profundo sentimiento cristiano que les embarga? ¿O los millones de musulmanes cuando festejan la fiesta del cordero también lo hacen por la misma razón? No, ¿verdad? Pues por esa regla de tres, no todos los protagonistas (ni todas las protagonistas) de liturgias “reivindicativas” lo hacen por una profunda convicción democrática, solidaria, humanista o revolucionaria, sino que lo hacen precisamente por eso, porque forma parte del libro de liturgias o rituales de la organización de turno, que obliga además una estética (camisetas incluidas). Negar que prácticamente toda sociedad y grupo ensaya y ejecuta rituales, es decir, series de ritos con connotaciones ceremoniosas y reglamentadas, o incluso registradas en un riguroso "paso lista y pongo falta", es querer tapar el sol con un dedo. Tanto a unos y unas como otros y otras, los de las liturgias religiosas como los de las liturgias revolucionarias, se les puede demostrar y mostrar, sin esfuerzos, sus incoherencias. Algunas, más graves que otras, también según el rango que ostente cada quien en sus respectivas organizaciones y conforme el número de veces que participe en un rito puño en alto o golpe en pecho.

Sé que estas palabras mías, una vez más, levantarán ampollas. Es algo a lo que estoy acostumbrada, aunque no por ello deja de afligirme, si bien es cierto que me supera la necesidad y obligación de hablar y decir lo que pienso e intentar hacer pensar para transformar y subvertir comportamientos y actitudes, tanto individuales como colectivos. Ya se sabe que lo de generar contradicción no está bien valorado, aunque el discurso diga lo contrario, pero yo aún creo en la utopía de un mundo y una humanidad mejor para todos y todas, y eso pasa por denunciar y exigir… ¡hasta la victoria final!

Tampoco se ha de concluir de lo dicho que estoy en contra de las “liturgias” públicas revolucionarias y reivindicativas, como tampoco lo estoy de la existencia de organizaciones tales como partidos y sindicatos. No, que nadie piense eso porque no es lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que simplemente me niego a que sólo se lleven a cabo rituales convocados con hora y fecha cíclica en el calendario, pues el calendario de un año está conformado de 365 días y en cada uno de ellos se presentan oportunidades no exclusivamente para rezar el padre nuestro, o recitar las bienaventuranzas, sino para ponerlas en práctica en la calle, en el centro de trabajo… Sencillamente es, que hechos son amores y no buenas razones. Sirva un ejemplo, los hechos de un/a sindicalista no pasan por enarbolar banderas y lucir camisetas en todos los actos litúrgicos convocados, pasan en primer lugar, sobre todo y ante todo, por plantar cara y dar batalla en su centro de trabajo ante cualquier arbitrariedad que vulnere ya no solo derechos laborales, sino fundamentales de sus compañeros y compañeras de trabajo. Sirva otro ejemplo, mujeres que se definan como feministas, o incluso defensoras de los derechos humanos, no pueden ni deben defender que los derechos de otras mujeres en otros lugares del mundo sean vulnerados amparándose en tradiciones culturales. Si eso es así, la liturgia es tan religiosa como la de cualquier otra confesión.

Sólo quiero que vaya imperando la coherencia, aun siendo consciente de las dificultades que conlleva por el hecho de que somos seres humanos con nuestras miserias y nuestras contradicciones. Y una vez más, no matemos al mensajero, en este caso la mensajera. Dejad de saludarla si queréis (más por miedo y vergüenza... o por falta de ella, que por hechos objetivos o por no ser cierto lo manifestado), pero sobre todo, rectificad, que la democracia está en juego y no sólo porque el PP o Donald Trump ganen las elecciones. Tampoco porque Merkel y La Troika impongan recortes homicidas, precisamente ganan las elecciones e imponen medidas criminales, porque la democracia de base previamente nunca llegó a consolidarse y a poblar todos los rincones donde existe un colectivo. Reconozcamos cuáles son nuestros espectros y nuestros miedos para poderlos vencer y si alguien duda sobre cómo afrontar las situaciones para no incurrir en este tipo de incongruencias graves cuando se le presenta una ocasión, lo único que ha de hacer es recurrir en primer lugar a la Declaración Universal de Derechos Humanos y segundo, invocar y apelar a la conciencia y el sentido común, el menos común de todos los sentidos. Digo clamar a la conciencia, sobre todo la de aquellos y aquellas que en su discursos y soflamas escritas u orales, apelan de manera constante y permanente a la ideología que en teoría construye esas liturgias de misas laicas, definidas por algunos y algunas como “luchas”.

¡Salud y disfruten de su próxima misa… pero métanse “la mano en el pecho” no para entonar el “mea culpa” sino para “recordar”!



Nota: la palabra “recordar” viene del latín "recordari ", formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar quiere decir mucho más que tener a alguien presente en la memoria. Significa "volver a pasar por el corazón", por el sentipensante, ese músculo que siente y piensa…