Vistas de página en total

jueves, 1 de septiembre de 2022

¿POR QUÉ ES MÁS FÁCIL ENGAÑAR A LAS PERSONAS QUE CONVENCERLAS DE QUE HAN SIDO ENGAÑADAS?

 

Esta pregunta parte de una aseveración que hizo en su momento el escritor, orador y humorista estadounidense Mark Twain, conocido sobre todo por su novela “Las aventuras de Tom Sawyer” y su secuela “Las aventuras de Huckleberry Finn”, dos obras que me traen muy buenos recuerdos, porque fueron mis primeros libros “sin dibujitos”, libros, libros como tal que yo leí cuando apenas contaba 7 años de edad.

Pero para no perderme por vericuetos literarios, volviendo a lo que Mark Twain dijo y en respuesta a la pregunta que formulo, esto sucede porque cuando alguien sostiene una creencia fundamentalmente arraigada y se le presentan pruebas que van en contra de esa idea, la nueva evidencia no podrá ser aceptada porque se crea una sensación incómoda llamada “disonancia cognitiva”.

Debido a que es tan importante proteger esa creencia, automáticamente se ignorará e incluso se negará con todo tipo de excusas aquella información que ponga en peligro su ideología.

Es innegable que vivimos momentos en donde el “frente de batalla” se está librando en el mundo de la información: redes digitales, periódicos, televisión. Una larga lista de medios que andan luchando entre sí por dar una visión certera de la narrativa de lo que acontece en el día a día en el mundo, pensando en global, y en los pueblos o ciudades, incluso comarcas, pensando en términos locales.

Es innegable que las redes digitales han facilitado democratizar la información, pero también la mentira: información y desinformación, verdad y posverdad se encuentran entreveradas de la misma manera que “el tocino y la carne del jamón”, como diría un buen amigo mío. Se nos alienta a no compartir información que no sea “contrastada” y se nos alerta de los posibles bulos, pero no se nos estimula a desarrollar un criterio más preciso sobre la información existente. Culpar a las demás personas, a los grupos o colectivos; insultarles a la primera de cambio; acusarles, como hoy mismo ha hecho alguien conmigo cuando se ha atrevido a poner en cuestión mi “moralidad” porque he utilizado el vocablo compuesto “tonto útil”, un término sociológico conocido y reconocido usado en el ámbito sociopolítico, se convierte en la munición predilecta en el frente informativo de las “redes digitales” como facebook, no nos elude de nuestra responsabilidad a la hora de crear significado.

Más que nunca, nuestra capacidad para construir con sensatez una comprensión certera del mundo que nos rodea es vital para poder lidiar de manera efectiva con los diferentes escenarios que estamos gestionando y que nos tocará gestionar en el futuro. En estos tiempos, ser crítico es extremadamente fácil, pero construir nuestros pensamientos y juicios con criterio se convierte en algo treméndamente difícil. El pensamiento crítico y las habilidades necesarias para ello son totalmente fundamentales y no únicamente una actividad reservada para las y los intelectuales o las pretendidas fuentes de autoridad, ya sean éstas políticas, científicas o académicas. Muchísimo menos cuando esa supuesta "fuente de autoridad" sí que actúa de forma poco ética –no voy a decir inmoral porque la moralidad es otra cosa- y emana de un partido político que, utilizando subterfugios, crea un problema para manipular a la ciudadanía presentándose como adalid de la lucha contra ese problema. Y digo crea un problema, porque quienes lo crean, mantienen y sostienen son miembros o simpatizantes de ese partido político. Y me refiero claramente y sin tapujos al Partido Popular, en este caso de mi pueblo, que ha posicionado peones desestabilizadores e incitadores de odio en las redes digitales para mantener encendidas las llamas de la saña, el rencor, la rabia y la fobia ya no contra un gobierno, sino contra personas que conforman el gobierno o contra cualquier otra persona que tenga, según su criterio, la osadía de decir lo que piensa y afearles la cobardía y la falta de ética política y personal.

Mark Twain llegó a una conclusión que puede arrojar algo de luz sobre esta dificultad que tenemos como seres humanos para pensar de forma crítica -no confundir con criticar, afición de las y los cotillas de ciertos grupos locales de Facebook- acerca del mundo y de nosotros y nosotras mismas. En primer lugar, hemos de partir de la base de que la mayor parte de nuestros juicios y opiniones no son propios, sino herencia del pensamiento social que hemos incorporado: padres y familiares, educación formal, entorno cercano, medios de comunicación, redes digitales, etc. Esto significa que cuando hacemos “nuestras” las ideas, en gran medida son el fruto de reflexiones elaboradas por otras personas, y se nos entregan como “producto acabado”. Un ejemplo: “cuelguen en los balcones de sus casas una pancarta para reivindicar un aire limpio para el pueblo”. La reivindicación podría parecer etérea, sin destinatario final, pero quienes han orquestado la campaña desde el Partido Popular, aunque no la firmen ni rubriquen, saben a ciencia cierta que las “tontas y tontos útiles” –recuerden, es un vocablo compuesto que se utiliza como término sociológico- van a terminar asociando la campaña con una reivindicación ante la administración pública local y el equipo de gobierno, cuando no una culpabilización implicita y explícita directa de la situación objeto de la campaña de marras.

No pretendo ser exhaustiva en la explicación de este proceso, pues en él intervienen muchas habilidades de pensamiento -deductivo, inductivo y abductivo-, pero sí que nos sirve de punto de partida para comprender la pregunta con la que abría: una vez que asumimos una idea, “depositamos” parte de nuestra identidad en ella, y por ende comprometemos nuestra autoestima y autopercepción. Aceptar que no estamos en lo cierto supone, en cierta medida, una “herida narcisista”. Nuestro ego se convierte en algo frágil y quebradizo como el cristal de una vidriera, que puede verse amenazado y dañado por visiones diferentes. Es más, si asumimos que lo que pensamos está equivocado, nos arroja muchas veces al conflicto de tener que hacer algo al respecto, como por ejemplo pedir alguna que otra disculpa –si puede ser pública, mejor que mejor-. Algo que nos saca de nuestra consabida “zona de confort”.

De ahí que, si aceptamos como ciertas una conclusión, un ideal, o una opinión, no solemos someterlos a escrutinio o, al menos inconscientemente, evitamos cuestionarlos, buscando contraejemplos de ellos, empobrece mucho nuestro proceso de pensamiento, ya que renunciamos a poder pensar más certeramente, en pos de mantener protegida nuestra autoestima. Buscamos verificación, pero no buscamos falsación.

Y para acabar, en respuesta directa al señor que con un exabrupto esta mañana me interpeló directamente en las redes digitales poniendo en duda no solo “mi capacidad intelectual, mi moralidad y mi respeto a la ciudadanía”, he de decirle que en un contexto filosófico, la ética y la moral tienen diferentes significados. La ética está relacionada con el estudio fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad, por ejemplo, falta de ética política es la que ha demostrado y demuestra el PP al no salir de frente, logo y rúbrica incluida, en la organización de una CAMPAÑA POLÍTICA –completamente lícita, la organización de la campaña quiero decir- para generar por detrás enfrentamientos y romper la cohesión social.

Por otro lado, la moral se refiere a las costumbres, normas, tabúes y convenios establecidos por cada sociedad. Y hasta donde yo sé, soy una mujer que no solo actúa de forma ética y coherente con sus principios sino que, además, al hacerlo de forma abiertamente pública, también cumple con los principios éticos de los que se ha dotado. ¿Podrán decir todos lo mismo, incluido quien se ha atrevido a interpelarme no con argumentos sino con insultos?

De la capacidad intelectual y de la capacidad de oratoria podemos hablar otro día.

Isabel Galeote Marhuenda

NOTA:

Un ejemplo de ética política sería asumir las campañas que se organizan desde un partido político para que la ciudadanía identificara quién está detrás de qué y así poder decidir realmente si apoyan o no la causa planteada. Ética política es salir a convocar la campaña con el cartel que he utilizado como imagen de esta entrada de Blog que, por descontado, he "tuneado" yo misma, puesto que se trata de una campaña política de un partido político con nombre y apellidos, no de un “movimiento ciudadano”, que lo del currículum oculto no es tan oculto como parece.