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lunes, 22 de julio de 2024

HIJA DE GATOS, CAZA RATONES

 

En el fondo, cada refrán es un mini relato construido por la sabiduría popular. Carece de autoría y nadie la ha reclamado porque las únicas autorizadas son la creatividad y el salero popular. De esta manera las palabras recorren el camino de una sabiduría que carece de “copyright”. Sin ir más lejos, Don Quijote de La Mancha está lleno de refranes. Eso no quiere decir que las musas se le aparecieran a Cervantes para susurrárselos al oído. Algunos de estos dichos se aderezan con el sabor picante de palabras que ocultan otros sentidos, lo sexual, por ejemplo, que caricaturiza y educa a la vez. Muchos tienen doble sentido en función del contexto y de la situación o persona a quien va dirigido. Hay que ser muy fina para captarlo.

Y hoy me trae al caso un refrán que se usa mucho en Canarias, en Venezuela y Colombia. Intuyo que al igual que existen los “cantes de ida y vuelta” ocurre tres cuartos de los mismo con los dichos populares.

“Hija de gatos, caza ratones” expresa en definitiva que, por lo general, las hijas y los hijos suelen heredar tanto las virtudes como los defectos de sus progenitores. Es proverbial y se emplea para referirse a las y los miembros de una estirpe y, en particular, a su descendencia directa en relación con una actitud. Nos indica no sólo el poderoso influjo que tiene la naturaleza, sino el ejemplo y las costumbres, pensamientos y comportamientos que se aprenden en las familias.

El recurso de esta metáfora puede tener un sentido determinativo cuando se le atribuyen a la persona en cuestión («el hijo o la hija del gato») cualidades apreciables, las cuales se dan por sentado que son herencia producto de la «educación» recibida de sus ascendentes, por aquello de que, a estos mamíferos, familia de los félidos, se les presume una gran destreza para cazar ratones.

Por asociación de ideas se emplea esencialmente o, sobre todo, con cierto tono de socarronería, incluso con ingenio, cuando se trata de evidenciar una cualidad negativa que se presume en las crías por el hecho de estar presente en sus progenitores. Así, dependiendo del tono en que se exprese y del contexto (o persona en cuestión que ya lo he mencionado pero no está de más repetirlo), puede intuirse fácilmente la ironía o la agudeza que acentúan un aspecto negativo o, por el contrario, se puede alabar e incluso aplaudir una actitud que parece tener que ver con la agilidad y la astucia que pueden esperarse de las hijas y los hijos de gatos y gatas.

Echando una la mirada rápida a lo que acontece en mi vida y a quienes se han cruzado en ella en los últimos tiempos, puedo afirmar que, salvo honrosas excepciones, hijos e hijas de caciques, actúan como hijos e hijas de caciques, incluso en la conciencia de ser caciques por los hechos, que no ni amores ni buenas razones, incluidos los de asociación y defensa a ultranza de sus familias y amistades “Gatúbelas” que cazan obreros y obreras tal y como aprendieron en sus casas…, con sus muy honrosas excepciones, pero escasas. Lo mismo sucede con las hijas e hijos de los “pelendrines”, que para quien no lo sepa, en mi pueblo define a los quita vergüenzas de los caciques y que mismamente se creen caciques por recibir alguna que otra migaja en agradecimiento por los servicios prestados, y que les ha permitido mirar por encima del hombro a la clase trabajadora, por aquello de la confusión que genera el Síndrome de Cronos... y por poder hacer acopio de tierrecillas y propiedades.

Miren ustedes, nos movemos sobre un terreno resbaladizo y escabroso en el que resulta fácil extraviarse y que nos den gato por liebre. Muchas personas que se presentan como de izquierdas no lo son. Muchas personas que se presentan como sindicalistas, menos aún. Y lo mismo digo con algunas mujeres que se presenten como feministas. ¡Qué le vamos a hacer, si estos ámbitos son mis tres caballos de batalla por excelencia! ¡Tendré que hacerlo saber! Pero volviendo al tronco, es muy interesante y cuanto menos ilustrativo, fijarse en la genealogía de ciertos hijos y ciertas hijas de gatos y gatas para identificar la leche que mamaron y, por lo tanto, la que se gastan, con más probabilidades y expectativas cumplidas que incumplidas, por lo que la desesperanza, desilusión, improbabilidad y, por lo tanto, traición y engaño es lo que nos espera. ¿Por qué? Porque la honorabilidad no se hereda como el grupo sanguíneo, sino que se transmite de una generación a otra con el ejemplo, con la práctica honrada del poder o podercitos. Con ese sencillo, pero constante discurso de las cosas hechas y habladas que hacen la vida cotidiana, que la construye, que se expresa en los actos indiscutiblemente honorables. Pero nunca a través de los vacíos torrentes de palabras huecas. La personalidad corrupta, egoísta y posturera no se improvisa, como casi nada en la vida. Hijo de gato caza ratón. Y esto se transmite de generación tras generación -¡Uy, se me salió un pareado-. Habría, pues, una suerte de gran seno familiar del que todos y todas beben la leche de los malos reaños.

Y la historia se repite con las variantes necesarias. No todos y todas serán tan burdamente pelendrines o caciques como sus ancestros y ancestras, porque hay quien ha estudiado y posee conocimientos sobre cultura general, por lo que el hábito puede hacernos dudar, pero ya saben... "el hábito no hace al monje". Y nadie actúa en soledad. La complicidad de la función teatral es la más importante de todas.

La honradez y la honorabilidad se aprenden en la familia. Principio básico. Y es el ejemplo personal la mejor de todas las enseñanzas, porque se educa con lo que se hace y no con lo que se dice. De hecho, Albert Einstein, ya lo manifestó: “educar con el ejemplo no es una manera de educar, es la única”. ¿Qué valor de significación pueden tener los discursos de honradez, implicación, solidaridad, lucha… que escuchan niñas y niños en una casa, si el padre, la madre o los abuelos que los criaron se dedican a hacer lo contrario de lo que les dicen o les cuentan?

Pues eso, que hechos son amores y no buenas razones y las hijas e hijos de gatos y gatas cazan ratones.

Isabel Galeote Marhuenda