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domingo, 23 de agosto de 2009

¿PUEDE OBAMA CORTEJAR AL MUNDO MUSULMÁN?


Revista Pueblos
Mehdi Hasan
Domingo 9 de agosto de 2009



Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 los musulmanes que conozco, tanto en Gran Bretaña como en el extranjero, han disfrutado del placer morboso de contarse un chiste sobre George Bush y Tony Blair. Parece que los dos líderes están cenando en la Casa Blanca, susurrándose entre sí en una esquina, cuando un diplomático de una nación amiga se les acerca y les pregunta de qué están hablando. “Estamos ultimando los planes para la Tercera Guerra Mundial”, dice Bush. “¿De verdad?”, dice el diplomático. “¿Y cuáles son los planes?”. “Estamos planeando una guerra que matará a 14 millones de musulmanes y un dentista,” responde Bush. Una mirada de confusión aparece en la cara del diplomático. “¿Un… dentista?”, pregunta. “¿Por qué? ¿Por qué matar a un dentista?”. En ese momento, Bush saca una sonrisita y le dice a Blair: “Ves, ya te dije que a nadie le importarían los musulmanes. [1]”


Algunos podrían argumentar que este humor negro es un ejemplo de la paranoia y la desconfianza de la moderna psique musulmana. Quizás sea así, pero, como dice el refrán, sólo porque seas un paranoico no significa que no vayan a por ti.


Ocho años de desastrosas invasiones y ocupaciones en Afganistán e Irak, la retórica beligerante con respecto a Irán y Siria, y el apoyo absoluto por parte de los Estados Unidos (EE UU) hacia Israel en sus bombardeos sobre el Líbano y Gaza, han avivado el odio entre los más de mil trescientos millones de musulmanes de todo el mundo. Desde el principio, la llamada “guerra contra el terrorismo” de Bush ha alienado y radicalizado a musulmanes de todo el mundo y ha exacerbado los niveles de sentimiento antiamericano. Según una encuesta de Zogby, por ejemplo, entre 2002 y 2004, la proporción de egipcios con actitudes negativas hacia EE UU pasó del 76 al 98 por ciento.
Egipto es donde Barack Obama pronunció su tan esperado discurso para el mundo islámico, en la Universidad de El Cairo el pasado 4 de junio, poco menos de 2 meses después de que pronunciara en el Parlamento turco de Estambul que “los Estados Unidos no están y nunca van a estar en guerra contra el Islam”. Mientras le preocupa el conseguir una visión imparcial de la realidad, Obama cuenta con la ventaja de simplemente no ser Bush, y también con su propio carisma, su pasado y una reputación de político tranquilo y moderado.
“En Oriente Próximo y el mundo musulmán en general, [encuesta EE UU] las puntuaciones sufrieron una fuerte caída después de la invasión de Irak”, dice Dalia Mogahed, directora ejecutiva del Centro Gallup para los Estudios Musulmanes y coautora del libro Who speaks for Islam? What a billion muslims really think (¿Quién habla por el Islam? ¿Qué piensan en realidad mil millones de musulmanes? [2]) “Nunca se han recuperado a lo largo de los años del Gobierno de Bush. Les estamos viendo recuperarse en este 2009.” Tal es el peso dado a sus opiniones e ideas sobre la mentalidad musulmana que Obama nombró, a los 33 años de edad, a Mogahed en su Consejo Asesor sobre la Fe y Sociedades Vecinas, haciendo de ella la primera mujer con velo que opta a una posición en la Casa Blanca.
En el periodo previo al discurso de Obama en El Cairo, Mogahed reiteró a los periodistas la importancia de que el presidente transmitiera a la audiencia musulmana en general “la idea de respeto, cooperación, y una demostración de empatía”. Su propio sondeo indica que una de las cosas más importantes que los EE UU puede hacer para mejorar las relaciones con los musulmanes es que se abstengan de verlos como inferiores o poco avanzados.



Las raíces del “antiamericanismo”
Por mi parte, sin embargo, no creo que Mogahed vaya lo suficientemente lejos. Encuesta tras encuesta en el mundo islámico se ha demostrado que, por encima de todo, el antiamericanismo musulmán no está conformado por factores culturales, religiosos o ideológicos, sino por las políticas de los EE UU, entre ellos el apoyo a Israel y, más recientemente, las ocupaciones de Irak y Afganistán.
Cuando se les preguntó, “¿Cuál es el primer pensamiento cuando escucha ‘América’?”, los musulmanes que respondieron a la encuesta de Zogby 2004, pertenecientes a seis naciones árabes, abrumadoramente respondieron: “Política exterior desleal”. Y cuando se les preguntó qué podrían hacer los EE UU para mejorar su imagen y reconstruir las relaciones con el mundo islámico, las respuestas más comunes fueron: “Dejar de apoyar a Israel” y “Cambiar su política hacia Oriente Próximo”.
Esto no es nuevo. Hace más de medio siglo, en 1958, el presidente Eisenhower describió “la campaña de odio [en el mundo árabe] en contra de nosotros, no por los gobiernos, sino por el pueblo”. Su propio Consejo de Seguridad Nacional concluyó que la “mayoría de los árabes” veía a los EE UU como “opuesto a la realización de los objetivos del nacionalismo árabe” e interesado únicamente en la protección de “su interés en el petróleo de Oriente Próximo mediante el apoyo del statu quo y la oposición del progreso político o económico”. Sin embargo, extrañamente, en los últimos años la Administración Bush y sus acólitos en los medios de comunicación se negaron a reconocer cualquier vínculo en absoluto, ni siquiera el más mínimo, entre sus políticas en Oriente Próximo -a menudo intrusivas y militaristas- y el consiguiente “blowback” terrorista [3], prefiriendo en su lugar lanzar de manera simplista, casi infantil, la fórmula: “Nos odian porque somos libres”.
Lo que no se menciona normalmente es que los asesores independientes de la Administración Bush estaban en desacuerdo, incluso públicamente. La Junta de Defensa para la Ciencia es un comité consultivo federal para el Pentágono de poco más de 40 miembros, que cuenta con expertos civiles con origen diplomático, militar, académico y empresarial. Los voluminosos informes técnicos tienen la tendencia a centrarse en cuestiones recónditas y abstrusas tales como “Lograr la interoperabilidad en una red centrada en el medio ambiente” o “Logística de Transformación Fase II”. En los últimos años, sin embargo, la única excepción a esta regla ha sido el crítico, si no devastador, Informe de la Junta de Trabajo para la Defensa de la Ciencia sobre Comunicación Estratégica, elaborado en 2004, que examina el efecto de las distintas guerras de Bush con respecto a los aliados y enemigos de EE UU. Sus conclusiones son tan contundentes como abrumadoras: “Los musulmanes no ‘odian nuestra libertad’, sino más bien, odian nuestras políticas”. “La inmensa mayoría”, dice el informe, “expresa sus objeciones a lo que considera un apoyo unilateral a favor de Israel y en contra de los derechos de los palestinos, e incluso el aumento del apoyo a lo que colectivamente los musulmanes consideran tiranías, particularmente Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Pakistán y los Estados del Golfo”.
¿Cómo reaccionó el Gobierno de Bush a este informe? Pues enterrándolo. A pesar de estar terminado el 23 de septiembre de 2004, el informe fue apartado por el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre de ese año, negándole así el impacto político. Sidney Blumenthal, ex asesor de la Casa Blanca bajo el presidente Clinton y que cuenta con información privilegiada de Washington, señaló que el informe fue “deslizado en silencio en una página web del Pentágono en vísperas del Día de Acción de Gracias, pasando desapercibido para la prensa de los EE UU”.
Frustrantemente, en el New York Times, el único periódico que cubrió el informe, el autor citó el párrafo que empieza con: “Los musulmanes no ‘odian nuestra libertad’ “, pero omite la siguiente frase esencial sobre lo que los musulmanes se oponen a hacer: “apoyo unilateral [EE UU] en favor de Israel y contra los derechos de los palestinos”, así como el apoyo a las tiranías musulmanas. El Times, sin embargo, incluye la frase que sigue inmediatamente a la que falta, lo que sugiere que el autor o sus editores deliberadamente eliminaron la crucialmente reveladora y diríamos hasta controvertida frase.
No es de extrañar que el veterano de la CIA durante 22 años y ex jefe de la agencia para la Unidad Osama Bin Laden, Michael Scheuer, considere que desde hace mucho tiempo existe una conspiración de silencio entre las elites políticas y los medios de comunicación en EE UU acerca de las verdaderas razones para el odio musulmán hacia este país. En su aclamado libro Arrogancia Imperial: por qué Occidente está perdiendo la guerra contra el terrorismo, publicado en 2004, Scheuer sostuvo que “si bien puede haber algunos militantes musulmanes que quieren inmolarse a sí mismos y que otros están ofendidos por los restaurantes McDonald’s, por las presidenciales de Iowa, y por el semidesnudo, plenamente embarazada, de Demi Moore en la portada de la revista Esquire, son exactamente eso: pocos, y no suponen en absoluto una amenaza para la Seguridad Nacional de los EE UU”.
Más bien, escribió, “los Estados Unidos son odiados en todo el mundo islámico, debido a determinadas políticas y acciones gubernamentales”. Cinco años después, Michael Scheuer dice que no tiene fe en la capacidad de Barack Obama para cambiar la marea de odio, o para ganar los corazones y las mentes del mundo musulmán. Obama no tiene “ninguna intención de abandonar Irak o Afganistán”, me dijo Scheuer. “En otras palabras, su política exterior en Oriente Próximo es la [la misma que] de los republicanos”, pero con una voz suave”.



Obama: desafíos y oportunidades
Yo no estoy seguro de esto. Puede que Obama haya intensificado la guerra de los EE UU en Afganistán y que la haya extendido por Pakistán, y puede que se haya mantenido vergonzosamente en silencio durante los últimos ataques israelíes sobre la Franja de Gaza el pasado enero, cuando era presidente electo, pero en otras áreas la política parece estar cambiando, incluso aunque sólo sea muy lentamente. La Administración de Obama, por ejemplo, ha exigido que Israel congele sus actividades de construcción de asentamientos en los Territorios Ocupados, ha hecho oberturas diplomáticas con Teherán, ha prohibido la tortura y se ha comprometido a cerrar el campo de prisioneros de la Bahía de Guantánamo.
También ha habido pequeños cambios no insignificantes en otras áreas. Como víctima de lo que un comentarista liberal llamó una vez la “guerra preventiva contra los turistas inocentes” en los aeropuertos de los EE UU durante la era Bush, y de haber sido detenido por la Seguridad de la Patria durante varias horas en el Aeropuerto Intercontinental George Bush en Houston, Texas, en 2006, simplemente por tener el apellido “Hasan” que “suena a terrorista”, puedo atestiguar el cambio de atmósfera en la era de Obama. En mayo de este año, a mi regreso al Bush Intercontinental, fui recibido por un funcionario de inmigración que sonriente me saludó a través del control de pasaportes.
Como un sinnúmero de comentaristas y analistas han señalado, Obama es el cambio que prometió. Esto se aplica en casa y en el extranjero, y especialmente con respecto a los EE UU y sus relaciones con el mundo musulmán. La mera presencia de Obama en la Casa Blanca empieza a abordar el “problema fundamental de la credibilidad de los EE UU” destacado por el informe de la Junta de Defensa de la Ciencia de 2004. “Simplemente no hay ninguno”, concluyó en su momento, y añadió que “los Estados Unidos se encuentra sin un canal de comunicación con el mundo de los musulmanes y del Islam”.
Este ya no es el caso. El hecho es que cuando el nuevo presidente de EE UU se levantó el 4 de junio para ofrecer su discurso en El Cairo, su gran audiencia musulmana, escéptica, desconfiada y desilusionada, no se enfrentó a un vaquero tejano con tendencia a hablar de la guerra, las cruzadas y los fascistas islámicos, sino con un hombre negro, con el nombre “Hussein”, nacido de padre musulmán y criado por un padrastro musulmán en el país musulmán más densamente poblado, Indonesia. Obama encarna “el canal de comunicación” estadounidense para el mundo islámico, y es su nombre, su patrimonio y su apariencia lo que le ayudará a comenzar a romper las barreras entre las dos culturas. Pero no será suficiente.
Fundamentalmente, las apreciaciones de Michael Scheuer y la Junta de Defensa de la Ciencia son correctas. Si Obama no puede llevar a cabo cambios significativos y duraderos en la radicalizada política de los EE UU en la región, si no puede enfrentarse a la visión musulmana de las acciones estadounidenses, y no como él y sus predecesores suponen que debe ser, si sus acciones no son más elocuentes que sus palabras, entonces ninguna retórica elevada o estentórea entonación en El Cairo, en este caso, o en Estambul, hará la más mínima diferencia. Tampoco lo hará su apariencia, su pasado o su herencia “islámica”.
Por el contrario, tal y como me planteó Scheuer sin rodeos: “Los musulmanes no son estúpidos. Pedirán que las palabras del presidente Obama se correspondan con hechos, y si esto no se produce, su aspecto, nombre y grupo étnico hará que la negativa reacción musulmana sea aún peor”.



Mehdi Hasan es editor de la sección de Política de New Statesman. Versión original en inglés. Este artículo ha sido publicado en el nº 38 de la edición impresa de Pueblos, julio de 2009, especial Oriente Próximo. Versión original en inglés. Traducido para Pueblos por Mireia Gallardo Avellán.
Notas
[1] Ésta es una versión recortada del artículo original, editada para adaptarse a los criterios de la revista Pueblos. Para leer el artículo original en inglés, se puede visitar: http://www.newstatesman.com/
[2] Esposito, John L., Ph.D., and Mogahed, Dalia (marzo 2008): Who speaks for Islam? What a billion muslims really think, Hardcover.
[3] “Blowback” es un término acuñado por la CIA en la década de 1950 para referirse a las consecuencias no previstas de la agresiva política exterior de los EE UU. Podría ser traducido como “reacción”, “contragolpe”, “efecto bumerán”...

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