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viernes, 16 de agosto de 2013

SIN MANIQUEÍSMOS NI EUFEMISMOS: POR TODAS LAS KORIAS DEL MUNDO



Aunque consciente de estar realizando una travesía en soledad, esa soledad a la que nos vemos relegadas quienes hablamos con lucidez y conciencia llamando a las cosas por su nombre sin eufemismos ni ambigüedades; a quienes seguimos defendiendo, como siempre y sin dilación, sin maniqueísmos ni folklorismos, la causa colectiva, irrenunciable e intransferible, de un pueblo por su derecho a la libertad y a la independencia, reniego de las trabas que pone la peor misoginia que se puede practicar sobre las mujeres, sobre las Korias del mundo, y es la que se ejerce desde las mismas mujeres, máxime cuando están instaladas en esos podercitos tan insignificantes y terrenales de dirigentes sin dirigidos que dirigir ni coordinar. Hay cosas que son incuestionables, que no son revisables y por las que no transijo ni retrocedo un paso: el derecho de las mujeres, en cualquier parte del mundo, a decidir libremente sobre su destino. Esto, señoras y señores, no sólo no es incompatible con la defensa de una colectividad de la dimensión de un pueblo, sino que es complementaria, imprescindible y necesaria.

Pero hablemos sobre esto tan delicado y que se ha venido a llamar DERECHOS.

DERECHOS INDIVIDUALES es un concepto perteneciente al Derecho constitucional, nacido de la concepción liberal que surgió de la ilustración, que hace referencia a aquellos derechos de los que gozamos las personas como particulares y que no pueden ser restringidos por los gobernantes, siendo por tanto inalienables, inmanentes e imprescriptibles.

Aunque los derechos considerados como individuales o fundamentales varían en función de cada país, según lo expresado por cada Constitución, el DIDH (Derecho Internacional de los Derechos Humanos), ha tendido a consensuar aquellos de mayor entidad, por ejemplo en la Declaración Universal de Derechos Humanos o el de las Convenciones o el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Bien por su evolución histórica o por estar recogidos en dos convenciones internacionales distintas es por lo que se suelen clasificar los derechos individuales (o fundamentales) en dos grandes grupos:

  • ·  Derechos de primera generación, como el derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad individual, a la libertad de expresión, a la libertad de reunión, a la igualdad ante la ley, etc.
  • · Derechos de segunda generación, así llamados porque reciben reconocimiento constitucional después de la Primera Guerra Mundial y que se refieren sobre todo a los derechos sociales, como derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a la educación, derecho a la seguridad social, etc.

Así como los primeros son derechos negativos, que obligan al resto de la sociedad, incluidas las familias, (o a los gobernantes) a no atacar o coartar dichas libertades, los de segunda generación son derechos positivos que imponen una carga y obligación sobre toda la sociedad de proporcionar unos bienes materiales a sus beneficiarios; y los derechos colectivos, los que se refieren al derecho de los pueblos a ser protegidos de los ataques a sus intereses e identidad como grupo, JAMÁS pueden ir en contra de los derechos individuales. Este es un tema controvertido, particularmente cuando los supuestos derechos colectivos transmitidos y manifestados bajo la apariencia de “cultura” (antropológicamente hablando), entran en conflicto con los derechos individuales. No levanta pocas pasiones, incluso respuestas airadas sin argumentaciones y con el insulto como único recurso dialéctico. Y el caso es que me llama poderosamente la atención la controversia que se puede generar, cundo es la mar de sencillo, a la par que revolucionario. No hay nada más revolucionario hoy en día que cumplir y hacer cumplir todos y cada uno de los DD.HH, los de primera y segunda generación. Si tenemos alguna duda al respecto y ante cualquier conflicto, sólo hemos de echar mano a esos documentos y ésta se disipará de momento.

Tenemos el deber ético y moral de imprimir valentía a nuestras manifestaciones públicas y a nuestros hechos y reconocer qué estamos haciendo mal y excluir deliberadamente cualquier medida regresiva que impida el desarrollo integral de las personas y mucho más de las mujeres. Hemos de ser valientes y denunciar cualquier situación anómala que nos parezca pueda estar padeciendo una mujer, cualquier mujer, en cualquier parte del mundo. Hemos de ser valientes y procurarles voz pública para que se puedan expresar alto y claro. Hemos de comprometernos para garantizar que los derechos se ejercerán SIN DISCRIMINACIÓN; por otro, el compromiso en sí mismo de adoptar medidas, no puede diferirse ni condicionarse a la consecución de los derechos colectivos, porque correremos el riesgo de tolerar y aceptar después, todo lo que se haya perdido en el camino. Una lucha debe ir irremediablemente tomada de la mano de la otra. Son indisolubles y estas medidas deberán ser deliberadas, concretas y orientadas lo más claramente posible hacia la satisfacción del cumplimiento de los derechos, de lo contrario, la historia nos podrá culpar con posterioridad por haber permitido por acción u omisión injusticias individuales tangibles, con nombres y apellidos, por centrarnos sólo en una injusticia contra un colectivo.

Escribo esto, insisto, desde un posicionamiento ideológico marxista y feminista, sin pretensiones de dar lecciones a nadie, pero sin esconderme de mis motivaciones ideologico-políticas, tan válidas como cualquier otra motivación de esa índole que se manifieste públicamente; tan válida como la que he podido leer recientemente, expresada de forma vehemente sobre las acogidas de menores en programas vacacionales, cuya opinión comparto de forma respetuosa y alabo por el gusto del ejercicio de la libertad de expresión procurando, además, no acusar ni señalar por ello de forma ajada y acometedora desde el pódium de la posesión de la verdad absoluta. También lo hago en el culmen de un proceso de desalienación emocional con los procedimientos, formas y maneras impuestas y aceptadas tácitamente al formar parte de los mal llamados “movimientos de solidaridad” que me condujeron, en su momento, a realizar similares manifestaciones necias contra cualquiera que se atreviera a cuestionar los medios para conseguir ciertos fines; contra cualquiera que, después de haber sido utilizado como ser humano y mera fuente de recursos, se le daba una patada de muy malas formas donde termina la espalda, a sabiendas de que una comparsa iba a aplaudir y a defender semejantes comportamientos sin diagnósticos ni análisis críticos previos… propios, claro está. Precisamente mi condición de marxista me exige revisar todo lo revisable, y afortunadamente pueden más mis facetas socio-humanística, ética y mi cultura política a la hora de no extender cheques en blanco y doblar la rodilla de forma genufléxica ante nadie para quedar bien y seguir manteniendo “podercitos” que no conducen a nada y que mucho menos ayudan a la consecución de los fines que se dice perseguir, sino todo lo contrario. Lástima que los intereses, sean cualesquiera que sean, estén anteponiéndose a los principios que decimos defender, así nos luce el pelo.

1 comentario:

Gustavo dijo...

Los derechos humanos de la persona están por encima de cualquier problemática social, cultural o política que pretenda en nombre de un supuesto bien colectivo, socavarlos. Isabel, muy bien escrito el articulo, lo suscribo en su totalidad. Gracias por compartirlo. Salud.