Aunque consciente de estar realizando
una travesía en soledad, esa soledad a la que nos vemos relegadas quienes
hablamos con lucidez y conciencia llamando a las cosas por su nombre sin
eufemismos ni ambigüedades; a quienes seguimos defendiendo, como siempre y sin
dilación, sin maniqueísmos ni folklorismos, la causa colectiva, irrenunciable e
intransferible, de un pueblo por su derecho a la libertad y a la
independencia, reniego de las trabas que pone la peor misoginia que se puede
practicar sobre las mujeres, sobre las Korias del mundo, y es la que se ejerce desde
las mismas mujeres, máxime cuando están instaladas en esos podercitos tan
insignificantes y terrenales de dirigentes sin dirigidos que dirigir ni
coordinar. Hay cosas que son incuestionables, que no son revisables y por las
que no transijo ni retrocedo un paso: el derecho de las mujeres, en cualquier
parte del mundo, a decidir libremente sobre su destino. Esto, señoras y
señores, no sólo no es incompatible con la defensa de una colectividad de la
dimensión de un pueblo, sino que es complementaria, imprescindible y necesaria.
Pero hablemos sobre esto tan
delicado y que se ha venido a llamar DERECHOS.
DERECHOS INDIVIDUALES es un
concepto perteneciente al Derecho constitucional, nacido de la concepción
liberal que surgió de la ilustración, que hace referencia a aquellos derechos
de los que gozamos las personas como particulares y que no pueden ser
restringidos por los gobernantes, siendo por tanto inalienables, inmanentes e
imprescriptibles.
Aunque los derechos considerados
como individuales o fundamentales varían en función de cada país, según lo
expresado por cada Constitución, el DIDH (Derecho Internacional de los Derechos
Humanos), ha tendido a consensuar aquellos de mayor entidad, por ejemplo en la
Declaración Universal de Derechos Humanos o el de las Convenciones o el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
Bien por su evolución histórica o
por estar recogidos en dos convenciones internacionales distintas es por lo que
se suelen clasificar los derechos individuales (o fundamentales) en dos grandes
grupos:
- · Derechos de primera generación, como el derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad individual, a la libertad de expresión, a la libertad de reunión, a la igualdad ante la ley, etc.
- · Derechos de segunda generación, así llamados porque reciben reconocimiento constitucional después de la Primera Guerra Mundial y que se refieren sobre todo a los derechos sociales, como derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a la educación, derecho a la seguridad social, etc.
Así como los primeros son
derechos negativos, que obligan al resto de la sociedad, incluidas las
familias, (o a los gobernantes) a no atacar o coartar dichas libertades, los de
segunda generación son derechos positivos que imponen una carga y obligación
sobre toda la sociedad de proporcionar unos bienes materiales a sus
beneficiarios; y los derechos colectivos, los que se refieren al derecho de los
pueblos a ser protegidos de los ataques a sus intereses e identidad como grupo,
JAMÁS pueden ir en contra de los derechos individuales. Este es un tema
controvertido, particularmente cuando los supuestos derechos colectivos transmitidos
y manifestados bajo la apariencia de “cultura” (antropológicamente hablando), entran
en conflicto con los derechos individuales. No levanta pocas pasiones, incluso
respuestas airadas sin argumentaciones y con el insulto como único recurso
dialéctico. Y el caso es que me llama poderosamente la atención la controversia
que se puede generar, cundo es la mar de sencillo, a la par que revolucionario.
No hay nada más revolucionario hoy en día que cumplir y hacer cumplir todos y
cada uno de los DD.HH, los de primera y segunda generación. Si tenemos alguna
duda al respecto y ante cualquier conflicto, sólo hemos de echar mano a esos
documentos y ésta se disipará de momento.
Tenemos el deber ético y moral de
imprimir valentía a nuestras manifestaciones públicas y a nuestros hechos y
reconocer qué estamos haciendo mal y excluir deliberadamente cualquier medida
regresiva que impida el desarrollo integral de las personas y mucho más de las
mujeres. Hemos de ser valientes y denunciar cualquier situación anómala que nos
parezca pueda estar padeciendo una mujer, cualquier mujer, en cualquier parte
del mundo. Hemos de ser valientes y procurarles voz pública para que se puedan expresar
alto y claro. Hemos de comprometernos para garantizar que los derechos se
ejercerán SIN DISCRIMINACIÓN; por otro, el compromiso en sí mismo de adoptar
medidas, no puede diferirse ni condicionarse a la consecución de los derechos
colectivos, porque correremos el riesgo de tolerar y aceptar después, todo lo
que se haya perdido en el camino. Una lucha debe ir irremediablemente tomada de
la mano de la otra. Son indisolubles y estas medidas deberán ser deliberadas,
concretas y orientadas lo más claramente posible hacia la satisfacción del
cumplimiento de los derechos, de lo contrario, la historia nos podrá culpar con
posterioridad por haber permitido por acción u omisión injusticias individuales
tangibles, con nombres y apellidos, por centrarnos sólo en una injusticia contra
un colectivo.
Escribo esto, insisto, desde un
posicionamiento ideológico marxista y feminista, sin pretensiones de dar
lecciones a nadie, pero sin esconderme de mis motivaciones ideologico-políticas,
tan válidas como cualquier otra motivación de esa índole que se manifieste
públicamente; tan válida como la que he podido leer recientemente, expresada de
forma vehemente sobre las acogidas de menores en programas vacacionales, cuya
opinión comparto de forma respetuosa y alabo por el gusto del ejercicio de la
libertad de expresión procurando, además, no acusar ni señalar por ello de
forma ajada y acometedora desde el pódium de la posesión de la verdad absoluta.
También lo hago en el culmen de un proceso de desalienación emocional con los
procedimientos, formas y maneras impuestas y aceptadas tácitamente al formar
parte de los mal llamados “movimientos de solidaridad” que me condujeron, en su
momento, a realizar similares manifestaciones necias contra cualquiera que se
atreviera a cuestionar los medios para conseguir ciertos fines; contra
cualquiera que, después de haber sido utilizado como ser humano y mera fuente
de recursos, se le daba una patada de muy malas formas donde termina la
espalda, a sabiendas de que una comparsa iba a aplaudir y a defender semejantes
comportamientos sin diagnósticos ni análisis críticos previos… propios, claro
está. Precisamente mi condición de marxista me exige revisar todo lo revisable,
y afortunadamente pueden más mis facetas socio-humanística, ética y mi cultura
política a la hora de no extender cheques en blanco y doblar la rodilla de
forma genufléxica ante nadie para quedar bien y seguir manteniendo “podercitos”
que no conducen a nada y que mucho menos ayudan a la consecución de los fines
que se dice perseguir, sino todo lo contrario. Lástima que los intereses, sean
cualesquiera que sean, estén anteponiéndose a los principios que decimos
defender, así nos luce el pelo.
1 comentario:
Los derechos humanos de la persona están por encima de cualquier problemática social, cultural o política que pretenda en nombre de un supuesto bien colectivo, socavarlos. Isabel, muy bien escrito el articulo, lo suscribo en su totalidad. Gracias por compartirlo. Salud.
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