Se está produciendo un círculo
siniestro: los partidos no se arriesgan con el feminismo porque piensan que eso
no da votos y ese silencio envalentona a los misóginos.
Es evidente que sufrimos un
retroceso en el combate contra la violencia de género y por la igualdad. Es un
retroceso visible no sólo en el número creciente de asesinatos machistas, sino
también en que estos se producen en un ambiente social, legal, mediático,
ideológico, diferente. Si nunca fue mucho el interés social hacia la violencia
de género, ahora parece haber caído aún más. Los medios de comunicación, si
alguna vez intentaron informar correctamente acerca de los asesinatos
machistas, han vuelto a su querencia por informar de manera morbosa y
apolítica, por privatizar esta violencia y por volver a intentar justificarla.
Los neomachistas, cada vez más organizados, están continuamente en las redes
atentos ante cualquier noticia que tenga que ver con los derechos de las
mujeres o con el feminismo; desatan campañas de desprestigio contra cualquier
feminista, se infiltran en los partidos y las asociaciones para boicotear
cualquier tema relacionado con la igualdad de género. Si antes se escondían,
ahora se hacen visibles. Esta visibilidad de los activistas del neomachismo ha
dado alas a todos los machistas silenciosos, que son multitud y que antes
callaban porque el ambiente no les era propicio. Basta con leer los comentarios
en cualquier artículo que tenga que ver con el feminismo, con los derechos de
las mujeres, con la igualdad, para darse cuenta de la rabia y la violencia que
anida en la mayoría de los comentarios.


Por razones en las que aquí no
vamos a entrar, es cierto que el PSOE hizo políticas feministas. Durante los
gobiernos del PSOE, las leyes de inspiración feminista (algunas muy mejorables
pero algunas otras indiscutibles) fueron sólo una pata del cambio ambiental que
se produjo. La otra lo fueron la actitud, las declaraciones públicas de líderes
que se declaraban feministas, la creación de instituciones –dotadas de
presupuesto- dedicadas a la igualdad, la reprobación de los comentarios
machistas, la crítica al machismo, el uso del lenguaje inclusivo, la
visibilidad de mujeres con poder político… Esas políticas, esas actitudes, esos
comportamientos, contribuyeron a generar un ambiente social en el que el
machismo más evidente estaba proscrito social y políticamente. Los machistas,
seguramente, eran los mismos pero estaban escondidos. Se fijaron unas líneas
rojas y se respetaban.
La llegada al poder de un partido
que no sólo no tiene ninguna intención de defender la igualdad de género sino
que, al contrario, pretende devolver a la esfera privada/doméstica todo lo que
hasta ahora eran políticas de género; que, además, necesita del trabajo
gratuito de las mujeres para sostener una sociedad exhausta por los recortes;
que busca dejar a los pies de los empresarios tanta mano de obra barata y
precaria como pueda y que sabe que las mujeres son las principales candidatas
para ocupar esos puestos; y que, finalmente, pretende fomentar una ideología
familiarista y antifeminista porque esto forma parte de su núcleo ideológico…
todo esto ha sido letal para la percepción social de la violencia de género y
de la igualdad. Pero lo peor de esta situación no es que gobierne el PP y que
éste haga las políticas que se le suponen, sino que los nuevos partidos, -y me
refiero a Podemos-, y los viejos, -y me refiero a IU que nunca se caracterizó
por ser amable para el feminismo-, no han recogido el testigo de las luchas
feministas. Con el PSOE en estado de coma el feminismo se ha quedado
políticamente huérfano en las instituciones, en los alrededores del poder, y
las furias antifeministas que nunca se fueron campan a sus anchas.
Nos encontramos ante un retroceso
inimaginable hace unos pocos años en donde vemos cómo se discuten cosas que
parecían indiscutibles, desde el derecho al aborto, a la violencia sexual,
desde el asesinato machista a la paridad en las listas electorales o al uso del
lenguaje inclusivo; se discute en voz alta incluso que exista discriminación y
desigualdad. Todo se pone en tela de juicio y ninguno de los partidos políticos
que parecen disputarse el territorio de la transformación social dice gran cosa
al respecto. El silencio parece ser su única respuesta. Se produce así un
círculo siniestro: los partidos no se arriesgan con el feminismo porque piensan
que eso no da votos (olvidan que las feministas y todas las mujeres votan) y
ese silencio envalentona a los machistas, a los misóginos y les vuelve más
agresivos.
Las opiniones públicas en tiempos
injustos y desiguales tienden al racismo, a la xenofobia, a la misoginia, a
pedir penas más duras e incluso a pedir la pena de muerte. Todas esas cosas son
radicalmente incompatibles con la democracia y los derechos humanos. Quienes
están en posición de poder o de influencia tienen que asumir su responsabilidad
en esto y fijar unas líneas rojas; tienen la capacidad de frenar esas derivas y
no sólo con leyes. La capacidad que tienen las instituciones, el poder en
general, para minorizar las manifestaciones sociales de racismo, machismo,
intolerancia etc. es incluso mucho mayor de lo que pensamos. El machismo se
está desatando a nuestro alrededor porque muchos de los ahora llegados a
posiciones de liderazgo social y político (de todos los partidos) han decidido
callar en este tema.
Sin igualdad entre hombres y
mujeres, sin derechos de las mujeres, sin paridad, visibilidad, sin igual
acceso a los recursos y al poder… no hay democracia, ni justicia, ni igualdad,
ni tampoco cambio real o transformación posible. El feminismo tiene que ser una
de las patas del cambio… o no habrá cambio. El neoliberalismo favorece la
creación de una opinión pública conservadora en lo social, acostumbrada a la
desigualdad, al individualismo extremo, que no ve las desigualdades
estructurales y las atribuye a fallos individuales, que cree en el (falso)
mérito individual y que es proclive a buscar chivos expiatorios en situaciones
difíciles; y, desde luego, el neoliberalismo tiene una política sexual que es
antifeminista. La pobreza femenina, la precariedad femenina, el trabajo
gratuito e intensivo, todo eso está en sus planes; también le es útil al
neoliberalismo que las mujeres funcionen como amortiguadores del descontento
social y la desposesión. Así, el más pobre y explotado de los hombres tendrá,
al menos, a una mujer que será más pobre y explotada que él y que le hará la
vida un poco más fácil. Y, por último, la violencia sexual es un buen sustituto
de la violencia social. Recordemos que lo primero que hizo Zapatero cuando
recibió la primera advertencia de la Troika fue acabar con el Ministerio de
Igualdad, que apenas suponía gasto. Y como la política contraria a la igualdad
es política neoliberal, el presidente Hollande ha hecho exactamente lo mismo el
día que ha dado el definitivo giro hacia el neoliberalismo.
Por eso, agradezco infinitamente
a Ada Colau, Juan Carlos Monedero y Teresa Rodríguez que hayan marcado posición
frente al machismo. A su alrededor hay demasiado silencio. Este silencio de
tantos es cómplice de la violencia material y simbólica que se está generando a
nuestro alrededor. Una violencia que celebra por las redes violaciones, acosos,
maltratos, que celebra la puesta en libertad de los violadores y que justifica
los asesinatos. Una violencia que nos expulsa con insultos de las discusiones políticas
que se están generando en las redes, que cuestiona lo básico de nuestros
derechos. Quien guarda silencio por una cuestión táctica ante todo esto, quien
no comprende la desigualdad a la que estamos sometidas, quien no se siente
implicado en la violencia que padecemos, no puede transformar nada, no puede
pretender llevarnos a nada que sea mejor que lo que tenemos.
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