Suicido de Carlos Aldana
Por :Alberto Ceron diaz
Alberto Cerón es un sobreviviente de aquella Unión Patriótica colombiana, que fue diezmada a sangre y fuego en la década de los ochenta por el sicariato colombiano, el Ejército y los paramilitares. Conocimos a Cerón, el autor de este cuento, hace cerca de dos años con motivo de una entrevista en vídeo que le hicimos para la versión web de Canarias Semanal, y que nuestros lectores pueden visionar en el apartado correspondiente de nuestra página principal. Permanecimos en aquella ocasión embelesados durante más de tres horas escuchando sin pestañear la formidable descripción que él nos hizo de su tierra, Colombia, y del drama histórico que durante siglos ha vivido su pueblo. Teníamos que haber intuido entonces que su mágica habilidad para la comunicación oral tendría que encontrar necesariamente su lógica correspondencia en su capacidad para el relato escrito. Por la benevolencia de un suscritor de esta revista llegó a esta Redacción el cuento que ahora ponemos en manos de nuestros lectores. Que lo disfruten
http://www.canarias-semanal.com/index.htmlAun no se construían las dos autopistas que partirían la ciudad desde el sur al oriente; mi papa me decía que quienes usaban pantalones de pana y cabello largo no tenían definida su identidad sexual; claro lo decía de una manera muy suya, esa forma de comunicarte cosas sin que puedas deslindar la ironía.
Mis hermanas usaban camisas con flores multicolores y se amarraban el cabello con una banda de tela medio indígena, medio oriental; cantaban a voz en cuello “Adiós chico de mi barrio” y fantaseaban con sus príncipes rojos; mi hermano mayor usaba vaqueros y camisas como las de mis hermanas; también llevaba el cabello largo, escuchaba los Beatles, cantaba baladas, se emocionaba con Héctor Lavoe, Willy colon, Richie Ray y entraba en éxtasis con Carlos santana o las memorias de Woodstock; por zapatos, tenía las sandalias de San Francisco, no las de Jesús nazareno; hasta donde sé, en esa época, la de Jesús, no había ese modelo de sandalias, el otro hermano, el más mayor, tenia barbas multicolores, fumaba y usaba gafas como las de Sartre; al igual que un testigo de Jehová lleva la biblia a manera de desodorante; bajo el brazo; también mi hermano, llevaba un libro rojo de Mao, él, el más mayor, penetraba en el mejor sentido de la palabra, los colectivos de mujeres, y a ellas mismas con sus propuestas revolucionarias tropicalmente chinas; el otro, el menos mayor, pero mayor que yo, se dedicaba a degustar los melodías del momento y a practicar cuanto deporte había disponible, y todo lo hacía bien, de esta manera suplía sus precarios encantos estéticos masculinos, por una habilidad genética, efectiva en la comunicación con las féminas; era tan eficiente en esas lides que ellas, terminaban olvidando que no estaba dentro de sus patrones estéticos y caían redondas a su alrededor; mis hermanos pequeños, eran, por el contrario, los niños más hermosos jamás vistos por mí, y creo no exagerar por muchas personas.
Era muy normal ver en la calle las personas detenerse a contemplar la belleza de mis hermanos menores; el pequeño con sus ojazos miel, rasgos muy latinos, mestizo puro y duro, espalda ancha que auguraba al futuro, un atleta consumado, viril y ágil, el, el pequeño, heredaría de mi madre el color canela de la piel, el cabello castaño oscuro, los pómulos ligeramente pronunciados, la abundancia de cabello, los labios carnosos; de mi padre, la corpulencia, las manos grandes y varoniles, el don de la palabra, la graciosa elocuencia en la narración, la ensoñación del trópico. El otro, que está en medio del pequeño y de mi, era simplemente hermoso, el cabello abundante, rizado, literalmente dorado, enmarcando un rostro perfecto de líneas suaves, piel blanca sonrosada, ojos grandes verdes esmeraldinos, boca muy proporcionada, armónica, simetría perfecta en sus encantos infantiles; yo, muy, pero muy normalito, sin más encanto que el de ser hermano de ellos, de los cuatro, cada uno con sus encantos particulares.
Los sextos juegos panamericanos llevaron la fiebre del beisbol a mi ciudad que estando muy cerca del pacifico era más Caribe que el mismo Caribe; se jugaba beisbol hasta debajo del comedor, todos hablábamos de beisbol, ellas mejor, hablaban, de paul anka, de Sinatra o Serrat, nosotros solo beisbol; además en los juegos panamericanos se enfrentaría USA con la amada Cuba; las entradas agotadas no podrían impedir que la ola revolucionaria de los gloriosos 60s, ahora comenzando los 70s fuera testigo de la paliza que cuba daría al imperio, también en el beisbol; - ya le había zumbado en playa girón- la ola fue tsunami y arrollo las barreras que impedían la entrada de los afiebrados aficionados beisboleros revolucionarios; toco abrir las puertas y dejar que la marejada humana entrara a sus anchas; los organizadores no querían que esto fuera el pretexto para la insurrección pro-cubano-marxista-leninista-maoísta-nacionalista-jochiminista-sartrista-albanista-mamertista, y hasta nadaista; mejor que pasen y vean a la novena cubana cascarle a la novena gringa.
Al son de “hasta siempre comandante”, el manisero, la guantanamera, los lamentos bailables de Héctor lavoe con willy colon, algunas baladas en ingles, esas que cantan en la película “el graduado”, y “el sonido bestial” de Ricardo ray; bestialmente gritaba la tribuna, “gringos de mierda!, gringos hijos de puta!, gringos asesinos!, fuera de Vietnam y de América latina!, viva Hồ Chí Minh!, viva Cuba libre!, viva el Che!, viva Camilo y tiro fijo!”; todo en medio del partido de beisbol; a lo que respondían los pobres deportistas yanquis, por desconocimiento del idioma o por simple ironía,-aun me lo pregunto-, ¡”Gracias, oh gracia, pipol biutiful “¡!!; …y el partido termino con la derrota de la novena cubana a manos del vil imperio.
Da igual, nadie nos puede quitar lo gritado, nadie nos puede quitar el privilegio de insultar a la novena yanqui y cantar “la internacional” o “hasta siempre comandante” en pleno partido de beisbol en una ciudad muy cerca del pacifico que por esos días se volvió Caribe.
Ahora el duelo; los yanquis ganaron el partido, han pasado 24 horas de dolor y no queda más que jugar beisbol en los descampados, terrenos que luego cercenarían las autopistas, ahí, con maderos tallados a mano, usando trozos de vidrio para pulirles e imitar los bates; forros de balón de futbol que permitieran meter la mano emulando las manillas de beisbol y cualquier bola que se nos pareciera a las fabricadas en USA o Cuba jugábamos al beisbol; los reglamentos que no conocíamos, nos los inventábamos sobre la marcha, usando el sentido común como herramienta ancestral en la resolución de conflictos; ahí en medio de ese duelo, empezaría a reflexionar respecto a la muerte, gracias a la muerte de Carlos Aldana.
Javier, “el indio”, mi mejor amigo, llego contando la terrible historia; Carlos Aldana; le metió un palo de helado a la cerradura, justo por donde debe entrar la llave; lo aseguro con chiclest Adams, de los comunes, los amarillos clásicos, no había en esa época aun los de menta y yerba buena, después se encerró en su habitación y coloco en el tocadiscos la canción de Leo Dan, esa canción que dice:
“Si no puedo ser el dueño
yo nunca podrás olvidarme
porque yo le di todo mi amor
y eso tú muy bien lo sabes.
Me iré con el recuerdo
de haber visto morir
aquel cariño nuevo
que encontré yo en ti.
Mañana será otro día
quiero volverlo a vivir
tratando poquito a poco
de pensar menos en ti”…
para colmo, la tecnología de entonces, había inventado un artilugio que permitía repetirse los discos en el tocadiscos hasta que “san Juan agache el dedo y san Pedro diga misa”; es decir el disco dejaba oír la voz del Leo Dan, infinitamente; el lastimero pregón llenaba la casa de Carlos Aldana.
Él, encerrado en su habitación, recordaba sus dos novias y como les amaba con locura; le dolía la partida de ambas, mejor aún, el hecho de que ellas se enteraran de su desmedido amor por las dos, y como ellas, en un arranque de normalidad, - quien sabe, o de orgullo herido-, además del consenso en sus gustos; les gustaba y amaban al mismo hombre; decidieran, consensuadamente, de manera categórica y por unanimidad, sin llegar siquiera a permitir el debate, el análisis y la crítica; sentenciaron la ruptura unilateral de la relación amorosa. Carlos se preguntaba por qué era tan difícil enamorase de una sola persona?, si su capacidad amatoria podía profesar fidelidad no a una, sino a por lo menos tres; de donde habían sacado el cuento antinatural de la fidelidad?, la estupidez de la monogamia?, se decía que el amor es universal, que se puede amar a muchas personas en su dimensión justa y en su justa medida, que complique tan jodido!!!,… esta sociedad definitivamente está enferma y es enfermante!!!; quien dijo que las personas deben ser propiedad exclusiva de una sola persona?, y más aun sus sentimientos?...pobre Carlos!!!, la cabeza hecha un despelote y su corazón pletórico de amor para las dos novias empezaban a llegar al acuerdo definitivo.
Leo Dan continuaba con su lamento sin parar. Abrió un frasco de “Racumin”, brebaje mágico que con mucho dolor mitigaría sus penas, se lo empujo todo de una vez, sintió que ochenta gatos bajan en reversa por su garganta y luego un estallido infernal en la boca del estomago que le fue cubriendo todo el vientre; el raticida derretía con parsimonia las viseras sin piedad, la cabeza quería desprenderse del tronco, sus alaridos competían con los de Leo Dan, solo que los de Carlos eran reales, terribles, miserables, estridentes; arañaba la puerta que había sellado con palo de helado y chiclest Adams; sus amores murieron en el segundo apabullados por el instinto de conservación; suplicaba ayuda, socorro; Leo Dan no bajaba la voz y era casi imposible oír los gritos de auxilio; nada de glamur en la escena, vómitos verdosos mal olientes, apestosos a jugo gástrico y raticida, plegarias al salvador y también blasfemas frases para el mismo, nada quedaba de sus grandes amores, nada de sus mojados sueños con las dos divas amadas, solo retorcijones, diarrea abundante y vomito mal oliente; que vaina no?, como era posible que un gran amor, un idilio tan hermoso, el más bello de los sentimientos, provocara semejante orgia de mierda y vomito?...
Al derribar la puerta, su madre le vio retorciéndose en el suelo, la hedentina inundaba la habitación pero el amor de madre no la noto. Camino al hospital confeso a su madre donde estaba la acostumbrada carta; suicida que se respete debe dejar una carta, ¿no?. Y murió.
Esa noche fue el ritual de rigor según la costumbre católica, cuatro velas muy largas, para que duren toda la noche, enmarcaban el cajón fúnebre, muchas flores, café para no dormirse, rosarios, rezos, plegarias, comentarios de lo bueno que era aquel mozalbete, de sus grandes hazañas, los graciosos anécdotas que le hacían único, la tertulia entre padre nuestros y aves marías, se centraba en lo bien amado que había sido por la chicas del barrio y se especulaba de cuantas de las que lloraban su muerte, estarían perdidamente enamoradas de él, sus encantos anatómicos y dotes de macho cabrío, le habían colocado a sus escasos diez y ocho años en el encumbrado pedestal de los divos trágicamente amados e injustamente mitificados; la madre prohibía la entrada a la dos viudas, afuera se culpaban mutuamente de la muerte del amado suicida; de cuando en cuando algún viejo recordaba lo malas que son las mujeres de hoy en día; esas que sin más ni más, se acuestan solo porque les dan ganas de acostarse y les da la gana hacerlo; eso no pasaba en otros tiempos, en los tiempos donde las mujeres eran de su casa, castas llegaban al matrimonio para honrar con la ruptura de una pequeña membrana en sus vaginas la pureza de sus vidas; así en sus fantasías, lo más odiado fuera la dichosa membrana, para lo único que servía, la tal telita, era para fastidiar el placer de la primera vez.
En el barrio se olvido el beisbol y la derrota a la amada Cuba por el imperialismo yanqui jugando al beisbol; la canción de Leo Dan se escuchaba en casi todas las casas mientras se mesclaban los odios y amores respecto al triangulo amoroso. Nadie quería hablar de Hồ Chí Minh, del capital o el manifiesto del partido, Simone de Beauvoir ya no inspiraba las masas ni las mozas, la juventud comunista, cariñosamente llamados mamertos, dejaron de lado su retorica pro-soviética promulgando una tregua con los maoístas chinos tropicales; Albania, apenas era un lejano país en el mapa, por allá cerca a los Balcanes del mariscal Tito; Leo Dan se escuchaba con mas devoción que Carlos Puebla, el luto se tomo el barrio, como a Dios no se veía, pero su agobiante poder se sentía, se olía, y olía muy feo, olía a macho muerto, a machos con vagina y ovarios. Me dolía por Camilo y Tiro Fijo, mis ídolos, los paradigmas a imitar, me dolía por que también siendo muy cercanos, mucho más que el Che y Mao o Lenin y Henver Hoxha, el terrible episodio del amador suicida les dejaba aparcados en alguna parte sin mucha importancia en la memoria colectiva.
Le llevaron al cementerio central, al de Siloe no; ahí están los más pobres de los pobres, claro Carlos era muy pobre; pero una heroica acción como la ultima que hizo, no le merecía ser sepultado en cualquier campo santo; él tenía que estar ahí, donde reposan los recuerdos del viejo Cali, en su huequito de honor reservado a los que mueren por amor,
Que terrible y jodido episodio!!!...qué horror!!! …El coctel de “Racumin”, amores de Carlos y Leo Dan; como si de combinar todas las formas de lucha se tratara, lograron lo que no había podido hacer la CIA y sus esbirros locales; apaciguaron los brotes revolucionarios de entonces; menos mal que Carlos se suicido un día después del partido de beisbol, de hacerlo el mismo día; seguramente nadie había ido a putear los deportistas yanquis, menos mal; gracias a Dios se mato un día después!!!, sino el orgasmo revolucionario colectivo de la turba beisbolera jamás se hubieran dado; y yo que no conocí a Carlos Aldana, que me entere por el “indio” Javier, y vi de lejitos, medio asustado y medio morboso, el barullo; seguramente no estaría contando esto después de perder el cabello y en gran parte la vergüenza.
2 comentarios:
Con tu caminar abriste puertas
Las heridas cierran los recuerdos perduran.
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