Me despertaba esta mañana pensando en si la rebeldía
feminista nos brota a las mujeres así, como por generación espontánea, en algún
momento de nuestra infancia como niñas, aunque no seamos plenamente conscientes
de ello o lo seamos mucho tiempo después, con el devenir de los años.
Eché una mirada hacia atrás para buscar esos gestos, esos
tics que pudieran reforzar esa idea y llego hasta 6º de la E.G.B. Yo era delegada
de clase y secretaria de lo que hoy conoceríamos como Consejo Escolar. Imaginad,
en mitad de una reunión, un sábado por la mañana -sí, sábado por la mañana-,
hablando de actividades, sobre todo deportivas, es decir, fútbol escolar
masculino, y yo quejándome de que las niñas no hacíamos nada.
Un compañero tiene el brillante argumento, que expresa,
por supuesto como no podía ser de otra manera, de que las niñas no servimos
para jugar al fútbol. No sabemos porque no servimos. Hay que tener en cuenta
que de eso hace ya la friolera de 42 años. Entonces no existía en Monóvar
ningún equipo de fútbol femenino en ninguno de los dos colegios públicos (el
colegio privado de monjas Divina Pastora solo de niñas no cuenta, andaban en otras cosas). Sin gustarme
el fútbol y siendo cierto que jamás había jugado con una pelota con ninguna
parte de mi cuerpo más allá de mis manos, salto como un resorte repleto de
dignidad y amor propio y le respondo diciéndole que las niñas éramos capaces de
jugar al futbol tan bien como los niños. ¡Y ahí mismo me retó!
¡Uy, un reto! ¿Será que no me gustan a mí los retos?
Entre bromas, que se fueron concretando en propuestas
serias, me desafiaron a formar un equipo de fútbol femenino. Digo “desafiaron”
porque a su argumento se sumaron casi la totalidad de delegados de clase. El
envite consistía en crear el primer equipo de fútbol femenino, en el Colegio
Público Cervantes de Monóvar. Y allá que se va Isabel el lunes por la mañana a
hablar con sus compañeras de 6º, 7º y 8º a ver si convence a alguna para evitar
que nos callen la boca y seamos motivo de burla. Realmente ese era mi objetivo.
He de decir que costó, pero se logró. Dieron un paso adelante: Quiti, la súper
portera que se tiraba al suelo para parar los balones y a la que sí se le daba
bien lo de trolear a la pelota con los pies; Begoña Maqueda… y unas poquitas más.
No muchas, la verdad, aunque me gustaría seguir reconstruyendo esta historia
con las aportaciones de los recuerdos de todas ellas y así no dejar fleco
suelto en este relato. Se da por descontado que, si yo era la instigadora de
aquello, no podía ni debía dar un paso atrás. Quiero decir, que debía comenzar
dando ejemplo. Y hétememe ahí diciendo que yo era la primera con disposición y
ganas para formar ese equipo. ¡Yo, que veo un césped color “verde fútbol” en la
tele y cambio de canal inmediatamente! Pues sí, yo…
Y así formamos el primer equipo de fútbol femenino de la
historia del Cervantes y, casi que de Monóvar, porque a la par se comenzó a
gestar también el primer equipo del Colegio Público Azorín.
Ahora tocaba aprender. Buscar a alguien que nos enseñara
TODO, desde correr moviendo el balón con los pies, hasta las reglas de ese
deporte. ¡Menos mal que siempre contamos con aliados! Lástima que no recuerde
el nombre del compañero de unos cursos superiores, no sé si 7º u 8º que
inmediatamente se ofreció desinteresadamente a enseñarnos y entrenarnos. ¡Menuda
paciencia le imprimía a la tarea!
Recuerdo que me puso a jugar de delantera-centro, tras las
explicaciones oportunas sobre el rol que se adopta desde esa posición del terreno
de juego También es cierto que en un momento determinado me tuvo que explicar que,
con independencia de que mi espacio de juego estaba “delimitado” a un área
determinada, si veía que el balón estaba cerca de donde yo estuviera, me podía
salir de mi “área” para contribuir a que la pelota siguiera avanzando hasta la
portería del equipo contrario y no se quedara ahí sola vagando.
¡Menudos entrenamientos! Esas tardes en la pista -la
única- del colegio. Con abuelos que nos miraban entrenar desde la calle igual
que cuando vigilan las obras públicas.
Así andábamos cuando llega la propuesta del primer
partido de “inauguración” de una liguilla chiquitilla entre nosotras mismas
para ir agarrando oficio en eso de las competiciones. ¡Madre mía! Yo no
recuerdo haber tenido tantos nervios antes de un acontecimiento que tuviera que
ver conmigo o en el que yo estuviera implicada de una u otra forma. Eso era
temblar y lo demás son cuentos. Sinceramente, a día de hoy no recuerdo ni el
resultado de ese partido. Solo sé que nos apañamos camisetas rojas y unos “shorts”
que las niñas comenzamos a usar ese año porque estaban de moda. Casualmente
tenía yo mi súper camiseta del Barrio Borrasca a juego con los shorts que me
compró mi madre después de mucho rogarle.
Pero la culminación de mi-nuestra carrera como
futbolistas fue cuando nos propusieron jugar un partido un sábado por la mañana
contra el también recién constituido equipo del Azorín. Entrenamos duro para
poder estar a la altura de las circunstancias porque, además, iba a asistir
público para vernos jugar. Llegó el día “D”, subimos a la otra punta del
pueblo, jugamos, perdimos -mi equipo, se entiende-, pero os puedo decir que la autoestima
la elevamos a la enésima potencia. Agarramos un poderío como niñas que podría
utilizar para explicar el significado de la palabra “empoderamiento”.
Ahora ya nadie se cuestiona si las niñas pueden jugar al
fútbol o no. Ahora estamos en otra batalla: en la visibilización, reconocimiento
y equiparación del fútbol femenino y el fútbol masculino hasta que se logre
visualizar a ambos sexos cada vez se mencione ese deporte. Ahora estamos en la
tesitura de lograr que no se adjudique la palabra “futbol” al deporte jugado
por niños-hombres y haya que añadir el adjetivo “femenino” si queremos
referirnos al mismo deporte, pero jugado por niñas-mujeres.
Y este es mi primer recuerdo “militante feminista
inconsciente”. Seguro que hay algún otro y antes de esa fecha, por supuesto.
Seguiré pensando a ver si me topo con él. Creo que es importante vernos
reflejadas en esos gestos propios para comprender que esto no es nuevo. Que
somos el resultado de las mujeres que nos precedieron y de nosotras mismas y
nuestra posición en el mundo y cómo afrontamos las situaciones. Coloquialmente creo
que lo llaman algo así como “genio y figura hasta la sepultura”.
Isabel Galeote
Isabel Galeote
No hay comentarios:
Publicar un comentario