Eric Alterman (Periodista)
LE MONDE diplomatique
Noviembre 2009
Los esfuerzos del presidente Barack Obama paa reactivar el proceso de paz en Oriente Próximo chocan con el rechazo del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a detener la colonización. Sin embargo, la resolución del conflicto israelí-palestino continúa estando en el centro de la estrategia de la Asministración estadounidense en la región. Su éxito podría depender, en parte, de la influencia de un nuevo lobby judío, cuya primera convención comenzó el 25 de octubre, contrario a la política de la derecha israelí.
En julio de 2009, cuando el presidente estadounidense Barack Obama recibió en la Casa Blanca a dieciséis dirigentes de organizaciones judías, la lista de invitados incluía caras conocidas: los presidentes y presidentas de viejas estructuras conservadoras como la Conference of Presidents of Major American Jewish Organizations, la Anti-Defamation League (ADL), el American Jewish Committee, y, por supuesto, el alma del lobby pro-israelí, el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Pero había también una novedad, la presencia de Jeremy Benamil, director ejecutivo del nuevo lobby judío pacifista J Street (1).
Esta presencia ciertamente no era del agrado de todo el mundo. En las publicaciones favorables a la corriente dominante y neoconservadora de las organizaciones judías, J Street despierta tan poca simpatía como Hamás. Así, en las columnas de Commentary, Noah Pollak calificó a la organización de "despreciable", "deshonesta" y "anti-israelí"; James Kirchick, de The New Republic, la llamó "lobby de la capitulación" (surrender lobby); Michael Goldfarb, de The Weekly Standar, la acusó de ser "hostil" a Israel y de "lamer las botas" de los terroristas. Este lenguaje es una muestra del pánico que reina entre quienes temían que la aparición de J Street, concomitante con la elección de Obama, pudiera significar el principio del fin de lo que otrora fue su (casi) dominio sobre la formulación de la política estadounidense en Oriente Próximo.
Tratándose del conflicto árabe-israelí, una pregunta se impone de entrada: ¿por qué la política estadounidense difiere tanto de la del resto de las naciones, y particularmente de la de sus aliados europeos?. La relación estratégica de Estados Unidos con Israel es la más onerosa de todas para la nación norteamericana, tanto en el plano humano como en el financiero. No sólo le cuesta al contribuyente 3.000 millones de dólares en ayuda militar y económica, sino que atiza el odio en la mayoría de los países musulmanes y alimenta la violencia anti-estadounidense en todo el mundo. Ninguna otra capital del mundo -salvo Jerusalén-Oeste, por supuesto- percibe a Medio Oriente en los mismos términos que Estados Unidos: Israel es un "agresor agredido" y los palestinos "agresores irracionales". Sin embargo, por más onerosa y controvertida que sea, esa política perdura, inmutable, de una Administración a otra, de un Congreso al otro.
Los estadounidenses partidarios de la línea dura israelí -en gran parte cristianos evangélicos, además de una base judía neoconservadora- no ven ningún misterio en esa singularidad de la política de Washington. A su entender, la actitud europea está dictada por un antisemitismo (cristiano) tradicional, mechado de un deseo de calmar a los regímenes árabes productores de petróleo. Añaden que los medios de comunicación europeos -a los que tildan de antisemitas- siempre se ponen del lado de los oprimidos -los palestinos son erróneamente considerados como tales-, lo que explica la tendencia pro-palestina. La posición estadounidense no es más que una evidencia: es el resto del mundo el que está equivocado.
Semejantes argumentos sólo constituyen una de las razones, menor por otra parte, por las que Israel siempre lleva las de ganar en el Congreso estadounidense. La otra es la fuerza del AIPAC -y sus organizaciones auxiliares- cuya influencia y poder no se comparan con las de ningún otro lobby de política internacional (ni de hecho de la mayoría de los otros grupos de presión).
A pesar de los recientes reveses sufridos por el AIPAC -el juicio iniciado en 2005 (ahora abandonado) por espionaje contra dos de sus ex-altos responsables, Steve Rosen y Keith Weissman (2); la publicación del libro de John Mearsheimer y Stephen Walt, El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos (traducido al castellano por la editorial Taurus, Madrid, 2007) (3) -se puede hallar la prueba del poder del AIPAC en la renuncia forzada de Charles "Chas" Freeman, un "arabista" típico, a la candidatura a presidente del Consejo Nacional de Inteligencia (National Intelligence Council) de la Administración de Obama. Una virulenta campaña se orquestó en su contra -un periodista llegó a acusarlo de tener vínculos con pedófilos- aunque el AIPAC afirmó no tener nada que ver con esa campaña de desestabilización. Es posible, pero el poder que tiene "el lobby" es tal, que puede contrariar los deseos del Presidente sin siquiera tener que desarrollar una campaña. Como escribió Jonathan Freedland en The Guardian, incluso si se "descarta la mitología del 'lobby israelí', lo que realmente ocurre basta para preocuparse" (4).
JURAMENTO DE LEALTAD AL ESTADO JUDÍO
Si algunas personas quisieron sabotear la candidatura de Freeman, fue por dos razones que no son excluyentes. Ya sea porque tienen una profunda y sincera preocupación por saber quién analiza las informaciones secretas estadounidenses, porque temen que esa persona haga más difícil un ataque estadounidense o israelí contra Irán (como lo hizo el informe publicado por el National Intelligence Estimates en 2006 (5), que afirmaba que Teherán ya no tenía un programa nuclear militar). Ya sea porque pretenden advertir a todo funcionario potencial del peligro que corre su carrera en caso de oponerse a su visión de una política favorable a Israel, aun cuando ese funcionario no cumpla un papel en la elaboración de dicha política. La comunidad pro-Israel quería la cabeza de Freeman, y la consiguió.
Muchos judíos estadounidenses aceptan la opinión de sus representantes oficiales, pero sin embargo no se adhieren a la línea dura de la organización. Según encuestas recientes realizadas por J Street, los judíos estadounidenses son favorables (en una proporción de 76% contra 24%) a la solución de dos Estados y a un acuerdo final entre israelíes y palestinos según los términos de las negociaciones que casi llegaron a buen término hace ocho años en Camp David y en Taba (6), una visión sistemáticamente condenada por el AIPAC. Y mientras el lobby se mantenía en silencio ante la nominación del canciller israelí racista y revanchista Avigdor Lieberman, la mayoría de los judíos estadounidenses, según J Street, rechazó sus posiciones (69% contra 31%) cuando el ministro pretendió imponer a los ciudadanos árabes israelíes un juramento de lealtad al Estado judío, y cuando profirió amenazas contra diputados árabes israelíes.
Además, los judíos estadounidenses siguen siendo progresistas, mientras que el AIPAC está dominado por neoconservadores. En la elección presidencial de noviembre de 2008, los judíos apoyaron fielmente a los demócratas y votaron por Obama en una proporción de cuatro a uno. De ahí esta paradoja: organizaciones como el AIPAC, financiadas por judíos progresistas, se ponen de acuerdo actualmente con los conservadores republicanos para denigrar a esos mismos demócratas progresistas.....
También en el plano generacional, la nueva visión de J Street llega en el momento preciso. Como explica MJ. Rosenberg, que recientemente renunció a la asociación pacifista Israel Policy Forum, el AIPAC está dominado por "personas de mucha mayor edad", pero "sus hijos y nietos no comparten (sus) ideas. Cuanto más nos alejamos de la II Guerra Mundial, más difícil resulta despertar el miedo en los jóvenes para incitarlos a apoyar a Israel. Sostendrán a Israel si creen en él, y si Israel les exhorta a ello. Pero todas esas estrategias basadas en el miedo, del tipo 'hay que firmar cheques porque va a haber un nuevo holocausto', no funcionan con aquellos que tienen menos de 60 años. La gente que se manifestó contra la guerra de Vietnam en la década de 1960 no va a caer en la trampa del 'regreso de Hitler'".
Y añade: "La popularidad de Israel entre los judíos estadounidenses cayó a partir de 1977, a raíz de la nominación de [Menahem] Begin como Primer Ministro. Les había vendido una cierta imagen de Israel, el Israel de Leon Uris (7), del Kibutz y del paraíso socialista. Hoy, eso ha cambiado por completo".
Por otra parte, si bien los israelíes siguen siendo mucho más populares que los palestinos -según una encuesta realizada durante la guerra de Gaza, el 49% de los estadounidenses sentía mayor simpatía por Israel que por los palestinos (sólo el 11% prefería a estos últimos)-, esa empatía es mucho más pronunciada entre los conservadores (en una proporción de 7 contra 1) que entre quienes se consideran progresistas (donde la proporción cae a 3 contra 2).
J Street busca utilizar ciertas técnicas de buzz marketing (8) del grupo de presión progresista moveon.org y de la campaña de Obama, para que la influencia judía en Washington coincida con las actuales posiciones de los judíos estadounidenses. Si bien aún es demasiado pronto para estimar su impacto, la organización se desarrolla muy rápidamente. Desde su creación, hace 18 meses, se consiguió un presupuesto de 3 millones de dólares y emplea a veintidós personas. Nada comparable con el AIPAC, que tiene un presupuesto de 70'6 millones de dólares, pero se trata de un comienzo patrocinado. Ya ha logrado colectar un millón de dólares para apoyar las futuras campañas electorales de los candidatos al Congreso partidarios de una paz justa en Oriente Próximo.
J Street conjugó sus esfuerzos con los de otras organizaciones más pequeñas, muchas de las cuales se vieron muy afectadas por la disminución de las donaciones de organizaciones de centro-izquierda a causa de la crisis económica, y de la salida de los republicanos de Washington (la hostilidad a George W. Bush aportaba otrora muchos cheques). Además, J Street absorbió algunas de esas organizaciones y, de esa forma, aumentó la eficacia de los esfuerzos comunes. Su primera convención nacional, prevista del 25 al 28 de octubre de 2009, reunirá a once organizaciones pacifistas, incluidas asociaciones más establecidas como Americans for Peace Now, Israel Forum Policy y el New Israel Fund. J Street absorbió también a la Unión of Progressive Zionism en octubre de 2008, accediendo así a una red, pequeña pero laboriosa, de estudiantes judíos pacifistas.
Según informaciones recientes, falta por tomar el control de Brit Tzedek, una organización de judíos progresistas estructurada a escala local, que declara contar con 48.000 militantes voluntarios en todo el país. En Washington, dio un paso importante y aumentó su prestigio al sumar a Hadar Susskind, un veterano del ejército israelí, que fue durante mucho tiempo vicepresidente y director en Washington del Jewish Council for Public Affairs, la organización de los judíos estadounidenses dedicada a los problemas internos.
Mucho dependerá de la forma en que los medios de comunicación, judíos y laicos, decidan cubrir la próxima convención de J Street. Ben-Ami explica que uno de sus primeros objetivos es demostrar de una vez por todas que el campo judío de la paz "no se limita a diez personas reunidas en un sótano", y ofrecer a sus afiliados la ocasión de encontrarse, de sentirse menos aislados. Poco tiempo antes de renunciar a su cargo (y de ser procesado), el ex-primer ministro israelí Ehud Olmert había afirmado: "Si la solución de dos Estados se desmorona, Israel se verá enfrentado a un combate por los derechos civiles como ocurrió en Sudáfrica". En tal caso, previno, "se acabará el Estado de Israel" (9).
La capacidad de Obama para preservar a Israel de ese destino, y para ofrecer a los palestinos una autodeterminación nacional significativa imponiendo las concesiones territoriales necesarias, quizás dependa del éxito de esas voces otrora solitarias.
(1) En la ciudad de Washington, las calles llevan como nombre las letras del alfabeto, pero no existe J Street. Los fundadores de la organización quisieron así significar que de esa forma le daban voz a quienes hasta entonces no la tenían.
(2) Estaban acusados de espionaje a favor de Israel.
(3) Sobre ese libro, véase Mariano Aguirre, "Israel, el antisemitismo y el expresidente James Carter", Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2007.
(4) Jonathan Freedland, "Discard the mythology of 'the Israel Lobby', the reality is bad enough", The Guardian, Londres, 18 de marzo de 2009.
(5) National Intelligence Estimates son evaluaciones oficiales de toda la comunidad de inteligencia en Estados Unidos.
(6) La cumbre de Camp David se llevó a cabo en julio de 2000. Participaron el presidente estadounidense William Clinton, el primer ministro israelí Ehud Barak y el dirigente de la OLP Yasser Arafat. Las negociaciones palestino-israelíes de Taba tuvieron lugar en enero de 2001. Véase Ammon Kapeliouk, "Camp David, las causas de un fracaso", Le Monde diplomatique en español, febrero de 2002.
(7) Autor del libro Éxodo, sobre el que Otto Preminger realizó una película en 1960, con Paul Newman como actor principal. El tema es la travesía desde Francia a Palestina de un barco que llevaba sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Ese film, que en su época tuvo un inmenso éxito, está más impregnado de propaganda que de realidad histórica.
(8) Propagación de mensajes a ritmo elevado y bajo coste, gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
(9) Véase por ejemplo, Willy Jackson, "Un renacido boicot amenaza Israel", Le Monde diplomatique en español, octubre de 2009.
En julio de 2009, cuando el presidente estadounidense Barack Obama recibió en la Casa Blanca a dieciséis dirigentes de organizaciones judías, la lista de invitados incluía caras conocidas: los presidentes y presidentas de viejas estructuras conservadoras como la Conference of Presidents of Major American Jewish Organizations, la Anti-Defamation League (ADL), el American Jewish Committee, y, por supuesto, el alma del lobby pro-israelí, el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Pero había también una novedad, la presencia de Jeremy Benamil, director ejecutivo del nuevo lobby judío pacifista J Street (1).
Esta presencia ciertamente no era del agrado de todo el mundo. En las publicaciones favorables a la corriente dominante y neoconservadora de las organizaciones judías, J Street despierta tan poca simpatía como Hamás. Así, en las columnas de Commentary, Noah Pollak calificó a la organización de "despreciable", "deshonesta" y "anti-israelí"; James Kirchick, de The New Republic, la llamó "lobby de la capitulación" (surrender lobby); Michael Goldfarb, de The Weekly Standar, la acusó de ser "hostil" a Israel y de "lamer las botas" de los terroristas. Este lenguaje es una muestra del pánico que reina entre quienes temían que la aparición de J Street, concomitante con la elección de Obama, pudiera significar el principio del fin de lo que otrora fue su (casi) dominio sobre la formulación de la política estadounidense en Oriente Próximo.
Tratándose del conflicto árabe-israelí, una pregunta se impone de entrada: ¿por qué la política estadounidense difiere tanto de la del resto de las naciones, y particularmente de la de sus aliados europeos?. La relación estratégica de Estados Unidos con Israel es la más onerosa de todas para la nación norteamericana, tanto en el plano humano como en el financiero. No sólo le cuesta al contribuyente 3.000 millones de dólares en ayuda militar y económica, sino que atiza el odio en la mayoría de los países musulmanes y alimenta la violencia anti-estadounidense en todo el mundo. Ninguna otra capital del mundo -salvo Jerusalén-Oeste, por supuesto- percibe a Medio Oriente en los mismos términos que Estados Unidos: Israel es un "agresor agredido" y los palestinos "agresores irracionales". Sin embargo, por más onerosa y controvertida que sea, esa política perdura, inmutable, de una Administración a otra, de un Congreso al otro.
Los estadounidenses partidarios de la línea dura israelí -en gran parte cristianos evangélicos, además de una base judía neoconservadora- no ven ningún misterio en esa singularidad de la política de Washington. A su entender, la actitud europea está dictada por un antisemitismo (cristiano) tradicional, mechado de un deseo de calmar a los regímenes árabes productores de petróleo. Añaden que los medios de comunicación europeos -a los que tildan de antisemitas- siempre se ponen del lado de los oprimidos -los palestinos son erróneamente considerados como tales-, lo que explica la tendencia pro-palestina. La posición estadounidense no es más que una evidencia: es el resto del mundo el que está equivocado.
Semejantes argumentos sólo constituyen una de las razones, menor por otra parte, por las que Israel siempre lleva las de ganar en el Congreso estadounidense. La otra es la fuerza del AIPAC -y sus organizaciones auxiliares- cuya influencia y poder no se comparan con las de ningún otro lobby de política internacional (ni de hecho de la mayoría de los otros grupos de presión).
A pesar de los recientes reveses sufridos por el AIPAC -el juicio iniciado en 2005 (ahora abandonado) por espionaje contra dos de sus ex-altos responsables, Steve Rosen y Keith Weissman (2); la publicación del libro de John Mearsheimer y Stephen Walt, El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos (traducido al castellano por la editorial Taurus, Madrid, 2007) (3) -se puede hallar la prueba del poder del AIPAC en la renuncia forzada de Charles "Chas" Freeman, un "arabista" típico, a la candidatura a presidente del Consejo Nacional de Inteligencia (National Intelligence Council) de la Administración de Obama. Una virulenta campaña se orquestó en su contra -un periodista llegó a acusarlo de tener vínculos con pedófilos- aunque el AIPAC afirmó no tener nada que ver con esa campaña de desestabilización. Es posible, pero el poder que tiene "el lobby" es tal, que puede contrariar los deseos del Presidente sin siquiera tener que desarrollar una campaña. Como escribió Jonathan Freedland en The Guardian, incluso si se "descarta la mitología del 'lobby israelí', lo que realmente ocurre basta para preocuparse" (4).
JURAMENTO DE LEALTAD AL ESTADO JUDÍO
Si algunas personas quisieron sabotear la candidatura de Freeman, fue por dos razones que no son excluyentes. Ya sea porque tienen una profunda y sincera preocupación por saber quién analiza las informaciones secretas estadounidenses, porque temen que esa persona haga más difícil un ataque estadounidense o israelí contra Irán (como lo hizo el informe publicado por el National Intelligence Estimates en 2006 (5), que afirmaba que Teherán ya no tenía un programa nuclear militar). Ya sea porque pretenden advertir a todo funcionario potencial del peligro que corre su carrera en caso de oponerse a su visión de una política favorable a Israel, aun cuando ese funcionario no cumpla un papel en la elaboración de dicha política. La comunidad pro-Israel quería la cabeza de Freeman, y la consiguió.
Muchos judíos estadounidenses aceptan la opinión de sus representantes oficiales, pero sin embargo no se adhieren a la línea dura de la organización. Según encuestas recientes realizadas por J Street, los judíos estadounidenses son favorables (en una proporción de 76% contra 24%) a la solución de dos Estados y a un acuerdo final entre israelíes y palestinos según los términos de las negociaciones que casi llegaron a buen término hace ocho años en Camp David y en Taba (6), una visión sistemáticamente condenada por el AIPAC. Y mientras el lobby se mantenía en silencio ante la nominación del canciller israelí racista y revanchista Avigdor Lieberman, la mayoría de los judíos estadounidenses, según J Street, rechazó sus posiciones (69% contra 31%) cuando el ministro pretendió imponer a los ciudadanos árabes israelíes un juramento de lealtad al Estado judío, y cuando profirió amenazas contra diputados árabes israelíes.
Además, los judíos estadounidenses siguen siendo progresistas, mientras que el AIPAC está dominado por neoconservadores. En la elección presidencial de noviembre de 2008, los judíos apoyaron fielmente a los demócratas y votaron por Obama en una proporción de cuatro a uno. De ahí esta paradoja: organizaciones como el AIPAC, financiadas por judíos progresistas, se ponen de acuerdo actualmente con los conservadores republicanos para denigrar a esos mismos demócratas progresistas.....
También en el plano generacional, la nueva visión de J Street llega en el momento preciso. Como explica MJ. Rosenberg, que recientemente renunció a la asociación pacifista Israel Policy Forum, el AIPAC está dominado por "personas de mucha mayor edad", pero "sus hijos y nietos no comparten (sus) ideas. Cuanto más nos alejamos de la II Guerra Mundial, más difícil resulta despertar el miedo en los jóvenes para incitarlos a apoyar a Israel. Sostendrán a Israel si creen en él, y si Israel les exhorta a ello. Pero todas esas estrategias basadas en el miedo, del tipo 'hay que firmar cheques porque va a haber un nuevo holocausto', no funcionan con aquellos que tienen menos de 60 años. La gente que se manifestó contra la guerra de Vietnam en la década de 1960 no va a caer en la trampa del 'regreso de Hitler'".
Y añade: "La popularidad de Israel entre los judíos estadounidenses cayó a partir de 1977, a raíz de la nominación de [Menahem] Begin como Primer Ministro. Les había vendido una cierta imagen de Israel, el Israel de Leon Uris (7), del Kibutz y del paraíso socialista. Hoy, eso ha cambiado por completo".
Por otra parte, si bien los israelíes siguen siendo mucho más populares que los palestinos -según una encuesta realizada durante la guerra de Gaza, el 49% de los estadounidenses sentía mayor simpatía por Israel que por los palestinos (sólo el 11% prefería a estos últimos)-, esa empatía es mucho más pronunciada entre los conservadores (en una proporción de 7 contra 1) que entre quienes se consideran progresistas (donde la proporción cae a 3 contra 2).
J Street busca utilizar ciertas técnicas de buzz marketing (8) del grupo de presión progresista moveon.org y de la campaña de Obama, para que la influencia judía en Washington coincida con las actuales posiciones de los judíos estadounidenses. Si bien aún es demasiado pronto para estimar su impacto, la organización se desarrolla muy rápidamente. Desde su creación, hace 18 meses, se consiguió un presupuesto de 3 millones de dólares y emplea a veintidós personas. Nada comparable con el AIPAC, que tiene un presupuesto de 70'6 millones de dólares, pero se trata de un comienzo patrocinado. Ya ha logrado colectar un millón de dólares para apoyar las futuras campañas electorales de los candidatos al Congreso partidarios de una paz justa en Oriente Próximo.
J Street conjugó sus esfuerzos con los de otras organizaciones más pequeñas, muchas de las cuales se vieron muy afectadas por la disminución de las donaciones de organizaciones de centro-izquierda a causa de la crisis económica, y de la salida de los republicanos de Washington (la hostilidad a George W. Bush aportaba otrora muchos cheques). Además, J Street absorbió algunas de esas organizaciones y, de esa forma, aumentó la eficacia de los esfuerzos comunes. Su primera convención nacional, prevista del 25 al 28 de octubre de 2009, reunirá a once organizaciones pacifistas, incluidas asociaciones más establecidas como Americans for Peace Now, Israel Forum Policy y el New Israel Fund. J Street absorbió también a la Unión of Progressive Zionism en octubre de 2008, accediendo así a una red, pequeña pero laboriosa, de estudiantes judíos pacifistas.
Según informaciones recientes, falta por tomar el control de Brit Tzedek, una organización de judíos progresistas estructurada a escala local, que declara contar con 48.000 militantes voluntarios en todo el país. En Washington, dio un paso importante y aumentó su prestigio al sumar a Hadar Susskind, un veterano del ejército israelí, que fue durante mucho tiempo vicepresidente y director en Washington del Jewish Council for Public Affairs, la organización de los judíos estadounidenses dedicada a los problemas internos.
Mucho dependerá de la forma en que los medios de comunicación, judíos y laicos, decidan cubrir la próxima convención de J Street. Ben-Ami explica que uno de sus primeros objetivos es demostrar de una vez por todas que el campo judío de la paz "no se limita a diez personas reunidas en un sótano", y ofrecer a sus afiliados la ocasión de encontrarse, de sentirse menos aislados. Poco tiempo antes de renunciar a su cargo (y de ser procesado), el ex-primer ministro israelí Ehud Olmert había afirmado: "Si la solución de dos Estados se desmorona, Israel se verá enfrentado a un combate por los derechos civiles como ocurrió en Sudáfrica". En tal caso, previno, "se acabará el Estado de Israel" (9).
La capacidad de Obama para preservar a Israel de ese destino, y para ofrecer a los palestinos una autodeterminación nacional significativa imponiendo las concesiones territoriales necesarias, quizás dependa del éxito de esas voces otrora solitarias.
(1) En la ciudad de Washington, las calles llevan como nombre las letras del alfabeto, pero no existe J Street. Los fundadores de la organización quisieron así significar que de esa forma le daban voz a quienes hasta entonces no la tenían.
(2) Estaban acusados de espionaje a favor de Israel.
(3) Sobre ese libro, véase Mariano Aguirre, "Israel, el antisemitismo y el expresidente James Carter", Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2007.
(4) Jonathan Freedland, "Discard the mythology of 'the Israel Lobby', the reality is bad enough", The Guardian, Londres, 18 de marzo de 2009.
(5) National Intelligence Estimates son evaluaciones oficiales de toda la comunidad de inteligencia en Estados Unidos.
(6) La cumbre de Camp David se llevó a cabo en julio de 2000. Participaron el presidente estadounidense William Clinton, el primer ministro israelí Ehud Barak y el dirigente de la OLP Yasser Arafat. Las negociaciones palestino-israelíes de Taba tuvieron lugar en enero de 2001. Véase Ammon Kapeliouk, "Camp David, las causas de un fracaso", Le Monde diplomatique en español, febrero de 2002.
(7) Autor del libro Éxodo, sobre el que Otto Preminger realizó una película en 1960, con Paul Newman como actor principal. El tema es la travesía desde Francia a Palestina de un barco que llevaba sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Ese film, que en su época tuvo un inmenso éxito, está más impregnado de propaganda que de realidad histórica.
(8) Propagación de mensajes a ritmo elevado y bajo coste, gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
(9) Véase por ejemplo, Willy Jackson, "Un renacido boicot amenaza Israel", Le Monde diplomatique en español, octubre de 2009.
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