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martes, 3 de noviembre de 2009

DESASSOSSEGAR, DESASSOSSEGAR, DESASSOSSEGAR SEMPRE




El premio Nobel portugués presentó en Madrid el día 2 de noviembre su novela más reciente, Caín
* “No escribo para agradar, sino para desasosegar”, manifiesta José Saramago
* "El “aborregamiento” en la sociedad actual llega a extremos inconcebibles, subraya
* "La Iglesia es como los perros de Pavlov, pues ante un estímulo de inmediato corre, dice

Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada, Martes 3 de noviembre de 2009, p. 5

Con semblante sereno, la lucidez y la mordacidad intactas y el físico y la salud mejores que hace un año, cuando bordeó la muerte, José Saramago se presentó en Madrid con su nueva novela bajo el brazo: Caín, la cual ya despertó la ira más furibunda e “inmisericorde” de la Iglesia católica y de la derecha europea.
El Nobel de Literatura portugués prefirió obviar las diatribas contra su obra y persona, y revelar a sus lectores un hallazgo íntimo y reciente: “Yo no escribo para agradar ni para desagradar. Yo escribo para desasosegar”.
En menos de un año, y después de haber sido rescatado de la muerte por su mujer y traductora, Pilar del Río, Saramago ha publicado tres libros: El viaje del elefante, novela en la que reflexiona sobre la muerte a través del accidentado viaje del paquidermo Salomón; El Cuaderno, recopilación de sus reflexiones y ensayos publicados en su blog, y Caín, novela en la que recupera el Antiguo Testamento para emprender un viaje irónico y singular en cuyas páginas merodea su profunda animadversión por el dogma moralista y castrante de la Iglesia católica.
La novela la presentó en Portugal el pasado 19 de octubre y desde entonces han ocurrido dos hechos destacables: se ha convertido en el libro de más venta en la historia reciente del país, con una primera edición agotada de 130 mil ejemplares, y la segunda, ha despertado la ira de la Conferencia Episcopal Portuguesa y la derecha política, que no sólo piden su excomunión, sino que renuncie o “le renuncien” su condición de portugués.
Pero el libro, como él dice, pretende únicamente abrir un debate sobre el dogma, las ideas unidimensionales, el status quo y la violencia que nos carcome a diario como civilización.
Somos tan crueles como Dios
Saramago, de 86 años e ironía afilada, se presentó en la Casa de América de Madrid con un hallazgo vital: “Hay una pregunta que persigue a los escritores ¿por qué escribir? Como decía el filósofo griego el movimiento se demuestra andando, y la razón de escribir en el fondo no es más que eso: escribir. Pero hay otra pregunta más compleja, ¿para qué se escribe? Y eso depende del punto de vista. A lo mejor yo hace unos cuantos años no sabía decir para qué escribía, pero ahora lo tengo bastante claro.
“Yo no escribo para agradar ni para desagradar. Yo escribo para desasosegar. Algo que me gustaría haber inventado, pero que ya lo inventó Fernando Pessoa, El libro del desasosiego. Pues a mí me gustaría que todos mis libros fuesen considerados libros para el desasosiego.”
Saramago consideró que vivimos un momento delicado por el “aborregamiento” que prevalece en la sociedad actual y que llega a extremos “inconcebibles” como mantener en el poder a un personaje como Silvio Berlusconi, quien encarna en su persona y en su administración el resurgimiento del fascismo.

En cuanto a las críticas que ha recibido por su libro, Saramago lamentó sobre todo la falta de “misericordia”, la “impiedad” de la Iglesia y sus apologetas, que condenaron la novela sin siquiera haberla leído.
“Claro que una institución como la Iglesia católica –que sobre todo no quiere ser desasosegada– no estará nada de acuerdo en que le quiten su tranquilidad milenaria para que todo siga igual, y para que nada se discuta, y si toco en las partes sensibles y una de ellas es la interpretación de la Biblia.
“La Iglesia es como los perros de Pavlov, que cuando recibían un estímulo inmediatamente corrían, reaccionaban.”
Entonces recordó cómo en los tiempos de la Inquisición no era sorprendente que un inquisidor que acababa de quemar a una bruja o a un homosexual –“a un comunista no, porque entonces no los tenían”– se iba a su casa, se sentaba en su sillón y se ponía a leer las poesías de San Francisco de Asís. “Es una paradoja que un hombre con las manos manchadas de sangre se ponga a leer un poema que expresa un lenguaje universal, como el poema del Hermano lobo. Y encontré en mi cabeza una respuesta: el hombre es así, no puede llamar hermana a la oveja porque la oveja está ahí para ser comida”, dijo.
Saramago reflexionó sobre su propia muerte: “La muerte no me importa. Pero sí me afecta desde un punto de vista muy egoísta, porque es finalmente el estar y ya no estar. Eso es la muerte: el haber estado y ya no estar. Que estaremos en la vida futura, puede que sí. Pero lo que no puedo aceptar es que alguien me diga que mis pecados los pagaré en el infierno y que ahí me quedaré por toda la eternidad. Crueles somos nosotros los hombres que concebimos la pena perpetua… Tan crueles como Dios somos los seres humanos. La idea de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza se invierte; nosotros hemos creado a Dios a nuestra imagen y semejanza”.
También develó que el libro en el que trabaja partirá, como es habitual en su obra, de un supuesto improbable: todas las personas que trabajan en la industria armamentista se ponen en huelga por una cuestión de principios, por evitar que la humanidad se siga desangrando. “Todo el mundo tiene armas y en todas partes se habla de la importancia de matar, al mismo tiempo que se banaliza el asesinato. Y no intento salvar a la humanidad, simplemente me basta con salvar mi propia conciencia y que los lectores se dejen desasosegar profundamente. Eso es lo que necesitamos”.

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Saramago nos ha escrito otro libro. Su título es Caín, y Caín es uno de los protagonistas principales. Otro es Dios y otro es la humanidad, con sus distintos nombres y pulsaciones. En este libro, como en los anteriores, El Evangelio según Jesucristo, por ejemplo, nuestro escritor no se anda por las ramas, ni se busca subterfugios a la hora de abordar lo que durante milenios, y en las distintas culturas y civilizaciones, han dicho que es intocable e innombrable: la divinidad y el conjunto de normas y preceptos que los hombres establecen en torno a esa figura para exigirse a sí mismos -o tal vez sería mejo decir para exigirles a otros- una fe inquebrantable y absoluta, en la que todo se justifica, desde negarse a uno mismo hasta la extenuación, o morir ofrecido en sacrificio, o matar en nombre de Dios.

Caín no es un tratado de teología, ni un ensayo, ni un ajuste de cuentas: es una ficción en la que Saramago pone a prueba su capacidad narrativa al contar, desde su peculiar estilo, una historia de la que todos conocemos la música y algunos fragmentos de la letra. Pues bien, con la cabeza alta, que es como hay que mirar al poder, sin miedos y con buen trazo José Saramago ha escrito un libro que no nos va a dejar indiferentes, que provocará en los lectores desconcierto y quizá alguna angustia, pero, amigos, la gran literatura está para clavarse en nosotros, lectores, como un puñal en la barriga, no para adormecernos como si estuviéramos en un fumadero de opio y el mundo fuera pura fantasía. Este libro nos atrapa, lo digo porque lo he leído, nos sacude y nos hace pensar: apuesto a que cuando lo terminéis, cuando hagáis el gesto de cerrarlo sobre las rodillas, vais a mirar al infinito, o cada uno a su interior, diréis un ufff que os saldrá del alma, y empezará una buena reflexión personal a la que, más tarde, seguirán conversaciones, discusiones, posicionamientos y, en muchos casos, cartas diciendo que esas ideas estaban pidiendo forma, que ya era hora de que el escritor se metiera en faena y gracias por hacerlo con tan hermosos resultados.
Esta última novela de José Saramago, que no es muy larga, ni podría serlo, porque necesitaríamos más fuelle del que tenemos para enfrentarnos a ella, es literatura en estado puro. Dentro de muy poco podréis leerla en portugués, castellano y catalán, y entonces veréis que no exagero, que no me mueve ningún desordenado deseo al recomendarla: lo hago desde la más absoluta subjetividad, porque desde la subjetividad leemos y vivimos. Y os hablo a los amigos, porque esta carta solo a vosotros va dirigida. Con mucha alegría.

Felicidades a todos los lectores: un años después del Viaje del elefante tenemos otro Saramago. Son tres libros en un año, porque también hay que contar con los Cuadernos, el libro que vamos leyendo aquí cada día. No podemos pedir más, nuestro hombre ha cumplido y de qué manera. La edad, amigos, agudiza la inteligencia y agiliza la capacidad de trabajo. Qué suerte tenemos los lectores de tener quien nos escriba.
Pilar del Río

Sobre Caín
29/10/09
Pilar del Río

He leído varias veces, incluso la he traducido al castellano, la última novela de José Saramago “Caín”, una fábula humana, tan humana que pensé que iba a provocar preguntas humanas. Ante mi sorpresa, no ha pasado así.
De pronto, una parte de la sociedad se ha puesto a hablar de Dios y de la Biblia, aire fresco que se agradece si tenemos en cuenta el tenor de otras polémicas, pero nadie ha señalado lo que desde mi punto de vista es esencial en este libro: que el género humano no es de fiar. Sí, los seres racionales, los que levantan edificios, construyen puentes y componen sinfonías, esos mismos que declaran guerras por un territorio, por un capricho, por una bandera o por un Dios nacieron locos y locos siguen viviendo tantos milenios después de Adán y Eva o del Big Bang, que cada uno lo llame como quiera. Sólo a gente sin sentido se le puede atribuir la autoría de las fábulas religiosas que han poblado la tierra y siguen poblándola, porque todas las civilizaciones se han organizado en torno a una divinidad y todas las divinidades se basan en el sacrificio y en la sangre. Si es verdad que en Creta el ritual era arrojarle al minotauro doncellas vírgenes, y que las civilizaciones precolombinas realizaban sacrificios humanos para aplacar la ira de los dioses, como tantos pueblos africanos, el ranking de la exigencia sacrificial lo gana la religión que presenta a su propio Dios ejecutado en una cruz tras haber padecido terribles torturas que hasta le hicieron sudar sangre.
¿Qué atracción morbosa tienen los hombres para inventar, a lo largo de los tiempos, religiones terribles a las que luego se esclavizan? ¿Qué pasión ha aturdido a la humanidad para imponerse a sí misma códigos y prohibiciones canallas, amenazarse con fuegos eternos, condenarse absurdamente de por vida, centrar la existencia en tabúes ajenos al sentido común y hacer de inhumanas normas guías de conducta y de condena? Sí: los llamados seres racionales están locos, por eso tal vez no merezcan la existencia. Ésa es, a mi entender, la síntesis de la novela de Saramago, esa perplejidad se me ha ido afianzando en cada lectura: No somos de fiar, Caín tenía razón al ejecutar su plan si los seres humos somos tan crueles, tan malos, tan aborrecibles, que cuando queremos inventar un ser superior lo tenemos que cargar de sangre, odio, muerte, renuncia, sacrificio. El rencor del Dios de la biblia es el rencor que los humanos han inventado, ya que son los seres humanos los que han propuesto las distintas figuras divinas. Y la crueldad, y la bellaquería, y el ardor guerrero y el espíritu de venganza son construcciones humanas a las que se les ha dado cuerpo legal y religioso para, a continuación, someterse con una ligereza insoportable. “Esclavos de un Dios ficticio” escribió alguien, y es verdad: sea en el Islán, en las religiones africanas o amerindias, en el judaísmo, el cristianismo en sus distintas variantes o en otras confesiones, en todas están los códigos y el pecado, en unas ponen burka, en otras prohiben hacer el amor sin pasar por un altar, y lapidan en la vida terrenal o condenan para la eternidad si se cura con una transfusión de sangre o se investiga con células madre. Y todas están convencidas de su excelencia, de su legítima capacidad para condenar, por ejemplo, a los homosexuales --todas las religiones tienen una fijación con el sexo, lo que demuestra lo muy humanas que son-- y todas se saben y se sienten superiores. Ninguna ve ridículos y fatuos sus rituales, aunque no entienda los del vecino, son bárbaros los unos para los otros, nunca amigos, nunca cercanos: en el universo religioso es donde más claramente ha quedado demostrado que los humanos a lo largo de su paso por el mundo se han afanado en encontrar motivos para el enfrentamiento y, ya está dicho, la religión es uno de los mayores, junto a la bandera y al territorio, qué tres grandes falacias para dividir a una sola especie. Qué tres grandes fraudes.
¿Dios es de fiar? Dios no existe fuera de las cabezas de los hombres, luego son los hombres los que no son de fiar, ni ellos ni sus obras. Hijos de dogmas y preconceptos, herederos de tradiciones sin sentido, de supersticiones y de miedos, los hombres no han sabido aprovechar la modernidad para combatir el descaro de lo irracional. Incluso el hombre occidental, el que se cree centro del mundo y dueño de los mejores conceptos, se revuelve intranquilo si alguien como Saramago, y no sólo, cuestiona supuestas verdades reveladas. Eso sí, el occidental defiende su interpretación con aires de superioridad, desde la certeza de saberse mejor que otros, que condenan con fatwa, sólo porque hace dos siglos que en occidente se acabaron los juicios de la Inquisición y los anatemas no son quemados en la plaza pública. Barbarie que sigue existiendo en otros lugares del mundo, también humanos, estados teocráticos, pueblos sometidos por leyes atribuidas a Dios, leyendas y cuentos escritos, unos tras otros, por hombres inmisericordes, con el mismo afán dominador y depredador.
La novela de Saramago no es contra Dios. Lamento contrariar a quienes así piensan. Saramago, en su ficción, vuelve a escribir un ensayo sobre la ceguera. La humana ceguera que además de impedir la visión trata de que no haya claridad en el mundo, que este planeta perdido en el universo sea un lugar sin luz y sin otros dones bellos que nos harían más libres y felices. Los hombres inventaron a Dios y ahora parece que esperan que Dios los salve porque, enfrentados entre ellos y con sus miedos, no son capaces de desmontar tinglados y decir basta ya de esclavitud y estulticia. Sigamos pues por los caminos marcados por las leyendas, con interpretaciones simbólicas o no, pero al menos tengamos la decencia de atribuirnos la autoria de la farsa: la de haber creado la divinidad y todo el dolor y sacrificio que los dioses impusieron en el mundo. A imagen y semejanza del ser humano.
Pilar del Río
Periodista
Articulo publicado en Diário de Notícias en 29 de Octubre de 2009

1 comentario:

scotta dijo...

Esta, por lo visto, es otra de cal de Saramago. Tengo que seguir reconociendo que las de cal de este hombre, siguen siendo mucho más contundente que las que da de arena... ¡Ojalá se le haya acabado la arena!